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292 para ir hácia Bethlehem alzaron sus ojos al cielo, sin duda para dar gracias al Señor, porque les había mostrado ya la ciudad donde en— contrarían al Rey recien nacido, cuando hé aquí que con nuevos res- plandores se deja ver la estrella, que vieran dias atrás, y que había estado como eclipsada miéntras estuvieron en Jerusalen. Fué su gozo como el del viajero, que despues de trepar por mucho tiempo entre breñas, riscos y hondonadas buscando el objeto de todo su amor, en— tra de repente en amenos vergeles donde su corazon le dice que lo ha de hallar. Rebosando pues en esta alegría, van siguiendo á la es- trella que centellea cada vez más, y parece que en cada uno de los destellos les dice que su objeto amado no está lejos: y marchando como extáticos mirando al elocuente astro, llegan por finá un pun- to donde ésta se detiene, y dejándose caer con suavidad va á po- nerse cerca del pobre portal, donde estaba el niño: aquí está el gran Rey, se dijeron mútuamente: y parándose la caravana, se apearon de sus dromedarios, prepararon sus tesoros, y acompañados del séquito, digno de sus altas personas, entraron en la humilde morada. Hallábase la modestisima Madre con su tierno infante en los bra- zos, cuando los felices extranjeros penetraban por los umbrales de su pobre habitacion. ¡Ah! Dieran estos príncipes una ojeada rápida á aquel recinto, donde no vieran ni tapetes de Damasco, ni alfombras de Persia , ni colgaduras de Egipto, ni muebles de Tiro, ni cosa alguna que les dijese , que alli podría haber un rey; pero tuvo que ser rápi- da la mirada , porque enfrente vieran á una jóven más hermosa que cuantas mujeres habían visto , pero tan recatada , tan modesta, y fan majestuosa, que cautivó sus corazones, los santificó y purificó. Y como sostenia en sus brazos á un niño, en cuya frente oscilaba un rayo de grandeza celestial, no se detuvieron en mirar las cosas que solo son de apariencia vana: mas yendo derechos al objeto, que una voz interior les designaba como el sér mas precioso que había en el mundo, se postraron ante él, y lo adoraron. Y habiendo abierto sus cofres, le ofrecieron presentes de oro, incienso y mirra, mostrándole con estos donativos, que abrigaban en sus corazones todos los senti mientos, que inspiraban las profecías que anunciaban la venida del gran Rey, que sería Dios, hombre y Príncipe de la paz. Indecible en verdad sería el consuelo que tendría la Virgen, al ver postrados ante su Hijo 4 estos tres monarcas, pues éste sin duda la manifestaría la solicitud y sinceridad con que lo venían buscando; y viendo, como veía , delineado en ellos el admirable cuadro de tantos reyes, emperadores y naciones paganas , como habían de entrar pocos años despues en el redil de su Hijo, despreciando la vanidad y el error, tuvo sin duda su corazon uno de los mayores gozos de su vida. ¡Ah! Si queremos nosotros causar alegría á nuestra Madre y Señora, bus-
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