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284 lestiales, y derramándolas por todas partes, dice simplemente á los pastores que van á ver cumplido el mayor de los portentos (1). Era éste el hallarse fajado entre pañales el que se pasea sobre las estrellas, él haberse reducido á la pequeñez de un niño el Inmenso, el estar re- elinado en un pesebre el que tiene por trono los serafines, y el haber- se hecho hombre mortal y pasible el Rey inmorta! de los siglos. Este portento no podía probarse con otro, porque es el portento de los por- tentos: pero lo prueban los resultados , pues los heraldos del Rey pa- cífico han entrado ya en la tierra anunciando paz : al dejarse ver el que pacifica cuanto hay en los cielos y en la tierra, su entrada sola reconcilia á Dios con los hombres, une el empireo con el valle de lá- grimas , y asocia á los ángeles con los hombres: y como éstos dan crédito al gran prodigio, Dios derrama en derredor de ellos tantas dulzuras, que manda á sus ángeles, no sólo que sean los evangeliza- dores de la paz, sino de los bienes, extasiando á los hombres con las melodías , que son el recreo no interrumpido de la Sion celestial. Así es que apénas los ángeles concluyen la última estrofa de s u canto y se retiran al cielo , los pastores se animan mútuamente á.ir á ver el gran portento , que Dios se ha dignado revelarles, y es tanto el fervor que han concebido, que yan como llevados en alas de los vientos, y no se detienen hasta que no llegan á Bethlehem. ¡Qué sor presa para aquellas almas sencillas y candorosas! ¡Qué asombro para sus corazones ! Una jóven, que bajo el velo de la medesta mantilla que la cubre , deja entrever una hermosura que arrebata el corázon y lo enciende en amor divino: un pobre pesebre lleno de heno, y sobre él reclinado un niño tierno; un venerable Patriarca, que en actitud reyerente contempla al tierno infante , es todo lo que ven los sencillos pastores : pero la gracia de Dios ha bañado sus almas, y se ve rebo- sar ésta en aquellos labios toscos , en aquellos párpados ennegrecidos, y en aquellas mejillas tostadas á los rayos del sol, y á las ráfagas de la luna. Entran alborozados en el portal: ven al Niño: una santa son- risa asoma en su tosco pero expresivo rostro; ¿les, dicen unos: el mismo, repiten otros, y con un movimiento simultáneo , se arrojan todos ante la cuna, y mil veces miran al Niño, otras tantas á la Ma- dre, reconociendo en aquél ásu Salvador, y en ésta á su mayor bien- hechora, pues les había dado el Mesías esperado. Fáltanles palabras para explicar su gozo, porque los sollozos en= trecortan sus razonamientos: pero el amor y la sinceridad de sus co- (0 Hacía ya mil ochocientos noventa y tres años, que los ángeles habían empezado á aparecerse álos hombres, habiéndolo hecho con muchos desde Abrahan hasta entónces. Peroera esta la primera vez que se dejaban ver así, festivos , resplandecientes y llenándolo todo con luces celestiales.

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