BCCPAM000542-2-34000000000000

268 lo que pasó en esta pobre morada, al acabar de hablar el nuncio de Dios? Desde el retrete de María hasta lo más encumbrado de las regio- nes celestiales estacionaban millones y millones de estos espíritus, cantando las divinas alabanzas al Dios de los ejércitos. Entre tanto Gabriel , despues de haber dicho cuanto debía decir á la Virgen , que- dó suspenso esperando que ella diese su última respuesta. ¡Ah! Tam- bien lo.estaba el cielo : miraba el Padre á su Hija predilecta y espe- raba su contestacion , para enviar á su Hijo; miraba el Hijo hácia la Vírgea sin manilla, para ver si le permitiría trasladar todas las glo— rias, del empíreo á su casto seno: miraba el Espíritu Santo, para obrar el portento mayor que la creacion de mil mundos ; al mirar el Dios de la majestad, miráronse tambien sus ministros , y no hubo un ángel que no estuviese entónces pendiente de los labios de María. Si el cielo estaba como extático, la tierra no lo estaba ménos, pues los patriarcas y profetas levantaban sus manos suplicantes: los pueblos todos con las Kigrimas en los ojos daban suspiros de dolor, y las ge- neraciones de cuatro mil años dirigían 4 María sus miradas doloridas. Fué este el momento más admirable que hubo ni habrá en el círculo de los tiempos : porque , por decirlo así, se resolvía en él un problema, el problema de la reparacion humana , á cuya resolucion no podían llegar todas las fuerzas de las criaturas, y de cuya ejecu- cion no era posible que tuviese idea ningun entendimiento, si Dios no se lo revelara. ¡Oh instante escrito en los libros del cielo ' ¡Oh momento suspirado por los cielos y la tierra! llegó por fin: abrió María sus divinos labios, y dijo al ángel: «Hé aquí la esclava del Señor : hágase en mí segun tu palabra (1). Y no bien había concluido, cuando el Espíritu Santo formó en sus castísim as entrañas y de su sangre purísima. un cuerpo perfectísimo, erió.de la nada un alma y la unió á este cuerpo , y en aquel mismo instante se unió á este cuerpo y alma el Hijo de Dios, y sin dejar de ser Dios , se hizo hombre. Gabriel con las legiones sobe- ranas entonaron nuevos cánticos al Altísimo, y postrándose todos ante su Reina, adoraron al Unigénito del Padre (2); los Patriarcas se postraron, inclinando sus venerables frentes ante la reparadora del mundo: los pueblos coronaron sus sienes con el laurel de la victoria: las naciones enjugaron sus lágrimas , y en el infierno se sintió un terror desconocido, que humilló el orgullo del principe de las tinie- blas y de sus tartáricas legiones. ¡Cuánto portento ha causado la res- puesta de María! Celebróse el desposorio eterno entre el Verbo divino y la humanidad : trasladóse al seno de una Virgen la gloria del Em- píreo; concluyóse una enemistad de cuatro mil años: bañóse la tierra (1) Luc. cap. 4, v. 38. (2) Hebr., cap. 1, v. 6.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz