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265 había de dirigir á la Virgen, y á quien se le había concedido el pri- vilegio admirable de poder examinar lo que pasaba en el corazon de la que iba á ser muy pronto Madre de Dios, no pudo ménos de ver que aquella alma santísima se había sorprendido, 'al oir una saluta- cion tan nueva y desusada. Por lo mismo, con la misma suavidad y dulzura con que empezara á desempeñar su embajada, la continuó, diciendo á la Virgen : no temas, María; porque has hallado yracia delante de Dios :'hé aquí, concebirás en tu'seno , y parirás un hijo, y llamarás su nombre Jesus. Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo, y le dará Dios el trono de David su padre, y reíará en la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin (1). - + Con estas palabras cumplió el arcángel con la primera parte de su (1) Luc., cap. 1, v. 30, 31, 32, 33, No podemos ménos de transcribir aquí una idca que encontramos en el sermon, que San Isidoro de Tesalónica escribió sobre la embajada del arcángel, debiendo advertir, que no pretendemos decir que lo que el Santo afirma, sea realmente lo que sucedió, pues nitl mismo lo creía así, sabiendo mejor que nosotros, cuál es la naturaleza de los ángeles. Pero en los argumentos que hace el Santo se ven dos cosas: una, la fe de los Santos Padres y de la Iglesia, que siempre tuvo por muy superior á los ángeles á la Vírgen, pues pintan á Gabriel como embarazoso , sin saber cómo dirigiría la palabra-á esta Señora , y hásta algo turbado del gozo que tenía, por haberle tocado la dicha de ser el nuncio celestial: y otra, la altísima estimacion que la Iglesia hacía desde el principio de las excelencias de la Virgen, pues lós Padres de tanto ingenio se tenían que valer de todos los medios de-la elocuencia humana, siquiera para expli car algun tanto, y nada más, las grandezas de esa Señora. Dice, pues: San Isidoro, que apénas le dió el Señor sus órdenes al arcángel, fué tanto el gozo que tuvo, que apénas podía sobrellevarlo : y como aquel que no puede con su pes», va corriendo á dárselo 4 quien lo pueda lle- var, asi Gabriel voló con toda celeridad hasta llegar junto á la Virgen. olvidándose, en fuerza del gozo que tenía en pensar que iba á saludarla, hasta del nombre: asi apénas la vió., la dijo; Dios te salve, lena de gra- cia, deponiendo así el inmenso peso de gozo que llevaba, y dándoselo á quien tenía fuerzas para llevarlo, porque estaba con ella el Señor, y pronto iba 4 ser su Mádre.» (Serm. núm. XIL) Al poco tiene el arcángel que explicar á la Virgen el misterio de su maternidad, diciéndola : No temas , María, porque has hallado gracia delante del Señor,» Y aquí por fin, dice el Santo Padre, ya le vino al ángel á la memoria el nombre de la Virgen : había ya depuesto el peso inmenso de gozo que traia; y co- mo si ya tuviese más fácil la respiracion:, le habla con más desembara- z0., lamándola por su propio nombre, y diciéndola: No temas , Marta, (ld. ibid., núm. XVI.) No puede darse una invencion de oratoria más admirable, ni más adecuada para hacer comprender á los fieles la dignidad de la Virgen, pues se hace presente que á uno de los espíritus más cercanos á Dios. le causó tanta alegría el solo pensamiento de tener la dicha de ir á salu- darla, que casi no podía hablar en fuerza de la alegría , y que sólo des- pues de haberla saludado, pudo quedarse sereno, porque poseía ya aquella dicha inefable de haber hablado á la Vírgen.
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