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264 á conversar con ellos. Era su. corazon, entónces. como siempre , un volcan de amor de Dios y de los hombres: sus palabras eran siempre las mismas. ¡Oh Señor! decía ¿hasta enándo ha de durar el reinado de! pecado, y han de vivir. los hombres, sin conocerte ni.amarte? ¡Ah, si abrieses ya los cielos y bajases! Los montes se derretirían de pla- cer. ¡Tan profunda y ferviente era la oracion de la Virgen cuando el ángel llegó á su aposento! «Detúvose éste, dice el santo escritor citado, y al verla tan her- mosa , no pudo ménos de decir dentro de sí estas palabras: ¡Oh cuán- tas gracias tienes! ¡Oh suerte dichosa la de tu linaje! ¡Oh de qué gloria se han hecho dignos! ¡Qué guirnalda ciñe su frente , con sólo tenerte á til ¡Qué diadema cubre su cabeza, siendo tú su corona! ¡Qué gozo habrá en sus corazones , siendo tú su alegría! ¡Qué diré , y qué pala- bras emplearé, al hallarme tan cerca de este portento! No tengo fuerzas para decir tus alabanzas, pues sólo ta nombre excede todo en- comio, habiéndole venido su elogio del cielo, y récibido del Señor su alabanza condigna (1).» Así hablaba consigo mismoel arcángel, cuando llegaba á la presencia de la Vírgen. Derramóse entónces una luz apacible y suave, que bañó todo el aposento, llenando todos los sentidos de la misma Virgen con impresiones suavísimas , signo cierto de que los resplandores bajaban del cielo. En seguida se deja ver en medio de éstos el arcángel Gabriel, resplandeciente tambien , pero benigno, suave , apacible, modesto y homilde, que arrodillándose entre nubes de azucenas , é inclinándose reverente , la saluda dicien- do: Dios le salve, llena de gracia : el Señor es contigo, bendita eres tú entre todas las mujeres (2). Admirada quedó la Vírgen al oir estas palabras; y como era sa= pientísima y prudentísima, comprendió que eran grandes y misterio- sas : pues ni ella había leido en los libros santos, que alguna de las nobilísimas matronas del pueblo escogido hubiese sido saludada por los ángeles de este modo , ni ella misma, que tantas vecés había tra- tado con ellos, había oido jamás sus alabanzas. Por lo que, su alma inmaculada, en quien reflejaban las luces del Sol de justicia , y enyas bellezas contemplaba ,.se cubrió al momento con una nube de pensa: mientos sobre su nada y pequeñez, turbándose suavemente, como se turba el astro del dia , al pasar delante de él alguna ligera nube, pero conservando aquella paz interior, propia del alma que de la contem-= placion de la sublimidad infinita del Criador desciende á la bajeza infinita de su nada (3). El arcángel, que había oido de la. hoca de Dios las palabras que (1) Serm. in Annunt., n.” VH. (2): Luc. capi:l., vo 32:33. (3) Turbata est, sed non perturbata. (S. Bernard., super Missus:est.)
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