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228 prometió 4 Abrahan, no eran bendecidas inmediatamente las gene- raciones , debiendo suceder esto , en la que en tiempos venideros nacería de él en línea recta: Mas esta bendicion se ha de verificar en la sucesion, que Dios anuncia por medio le su ángel á los santos consortes , que han acudido al cielo en su afliccion , á pedir con- suelo. Véase sí podemos decir con toda seguridad que San Joaquin y Santa Ana tuvieron todas las virtudes de Abrahan y de Sara en grado todavía más sublime que ellos (1). Empezaba en ellos un gran pueblo del cual el mismo Isaac y Jacob con sus doce hijos, habian sido la figura; por lo que sus virtudes se elevaron á un grado mucho más alto, y análogo á los grandes resultados que había de tener. Pongamos en comparacion la familia humana, que venía desde Adan hasta la época de la generacion de la Virgen, con sólo esta-misma Vírgen, como lo hace San Isidoro de Tesalónica, y verémos cuánto distan las realidades de las- figuras. Copiarémos íntegro el discurso del santo Padre , para que todos lo vean con claridad. «Cuando Dios crió las cosas, dijo que todas eran muy buenas, Constituyó al hombre señor de todas estas cosas visibles; y no sólo esto, sino que lo libró de la muerte y la corrupcion, prometiéndole una gloria , por la cual lo haría igual 4 Dios mismo, cuanto puede serlo una criatura, si obedecía á los mandatos divinos. Pero , como ese hombre infeliz se hubiese sujetado á su seductor el diablo, aban— donando á su Criador , se veía postrado, desnudo, miserable, ¡ay! cautivo y despojado del todo de su nobleza primitiva. Entónces todas aquellas cosas buenas , y muy buenas, viendo á su señor , como ma= niatado y esclavizado por el enemigo , obedecierbn á la sentencia in- falible de Dios, y tomaron todas un aspecto lúgubre. La tierra y el mar, y la corona de las estrellas estaban en silencio, y no cantaban himnos: ni ningun collado , ni cosa alguna de las que el Profeta inví- taba á alabar al Criador, le modulaba cánticos. Hasta los mismos cie- los, que están pregonando siempre la gloria de Dios, estaban ociosos, y se olvidaban de contar sus maravillas. Todas las cosas habian per- dido su natural hermosura, porque veían que aquél, por quien habian sido hechas, se había entregado á mala vida.» Hé aquí el mundo an- tiguo : veamos el nuevo. «Todas las criaturas, que fueran hechas para deleite del hombre, yacian mudas , escuálidas y como muertas. Mas , como el hombre, que había sido causa de sus propios males y de los ajenos, era una obra. tan insigne de Dios, y convenia que fuese rehabilitado por un exceso de misericordia del mismo Dios, ¿qué sucede? ¿Qué prodigio (1) S. Petr. Argor. Ep., Serm. in Concep. Deip. n.” XIV.
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