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202 las posee, sino que ántes se vuelve su corazon tan grande y genero- so, que quisiera que todos fuesen ricos con su riqueza, y felices con su felicidad. Y así nos lo dice tambien el citado Padre, cContinnando la comparacion de la Virgen con el sol y los cielos. «Si la alabanza, dice, que se da á éstos, eleva 4 Dios al que la da, pues está escrito que los cielos enseñan la gloria de Dibs (1), en verdad, ninguno, me- jor que esta Virgen purisima , puede llevarnos á Dios por la eontem- placion de sus bellezas: ella es lo más semejante y lo más próximo que hay á Dios. Y así como los ángeles, que tienen más expresa que nos- otros la imágen de Dios por ser espirituales, están modulando sin in- termision cánticos de alabanza á este Dios, cuyo trasunto llevan en su naturaleza, así tambien nosotros debemos ensalzar con himnos y alabar sin cesar 4 aquella Vírgen, que es lo primero que hay des- pues de Dios, y por medio de quien, para nuestra dicha , tenemos la felicidad de experimentar con abundancia la benignidad de Dios, te- niendo además una misma naturaleza con ella (2)» Con tan poderosos alicientes, ¿quién no abre sus labios para alabar á la Vírgen? Alabé- mosla pues , y bendigamos á Dios por sus grandezas. SE? El alma de la Virgen. Sublime é inefable como es la materia en que nos ocupamos, pu— diéramos , sia embargo , abarcarla en una simple frase que pronunció el Espíritu Santo , cuando dijo , dirigiéndose 4 su Esposa, que era su querida , su amada, su escogida , su inmaculada , y que era toda hermosa , sin que tuviese mancha alguna (3). Esta esposa era el alma de la Vírgen, era la misma Virgen. Este Espíritu divino examinaba desde la eternidad todo el conjunto de bellezas que había de tener esta alma santísima, y veía su sencillez y candor, su inocencia y su pureza, su doctrina y su pudor , su humildad , sa integridad y su in- tegérrima virginidad , con todas las demas virtudes. Era ya desde en- tónces bella por la fe , hermosa por las obras , agraciada por sus pen- samientos , y sencilla y blanca como la paloma; estaba rodeada de los astros esplendentes de los apóstoles , de las rosas odoriferas de los mártires, de las violetas aromáticas de lo3 confesores , y de las cán- didas azucenas de las vírgenes. Nada le faltaba 4 esta alma privile- giada, pues poseía la profundidad de la ciencia, la elevacion de la sa- biduría, la opulencia del gozo espiritual, siendo todo esto tan copioso, (1) Psalm. 48, y. 4. (2) Id. ibid., núm. 44. (3) Cant., cap. 4, v. 7.

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