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201 la comprension de la maravilla del cielo á su autor, delante de quien el hombre no es sino polvo, ceniza y nada. Sabemos tambien, que su cuerpo es et compendio de todas las perfecciones del mundo visible; y que, ni el firmamento es tan sereno como su frente , ni el vino retinto más hermoso que sus ojos, ni la fruta de las granadas más linda que sus mejillas, ni la banda de rosas más suave que Sus labios , ni los zéñiros de la aurora más dulces que su hablar, ni el aroma de mil fMo- res más fragante que su respirar : sabemos, que su cabellera es des- lumbradora como la púrpura real atada en canales, que su cuello es como el alabastro , y sus manos como el nácar torneado; sabemos, que su mirar es tan tierno, que tiene suspensos de sus ojos á todos los Serafines , y tan modesto, que al verla los hombres, se vuelven án= goles. Pero sabemos , al mismo tiempo, que su cuerpo fué el templo de Dios, la morada augusta de la Trinidad Santísima; y si lo hemos de contemplar y describir, ha de ser para adorar á Dios en él como en su santuario, para postrarnos ante su relicario y su trono, donde * está depositada toda su misericordia para con los hombres. Y anímanos tambien 4 emprender esta tarea lo que dice San lsi- doro de Tesalónica , al dar comienzo á un sermon sobre el tránsito de la misma Virgen. «Cuando alguno, dice, contempla la hermosura del cielo y el disco resplandeciente del sol , aunque comprende que no tiene palabras bastantes para explicarla , y apénas sabe cómo empe- zar á hablar , por sobrecogerle ungran estupor, no puede contener su lengua, sin embargo, y miéntras está mirando el portento, siem- pre lo ensalza. Y siendo esto asi, ¿quién dejará de entonar himnos á la Virgen y de compoñerlos cada dia, aunque otros lo hayan he- cho, sia poder dar más que una ligera estrofa? Tiene su alabanza el cielo, porque matizado de estrellas, aparece con inmensa magaitud; tiénela el sol, porque nos da luz , y es el instrumento de las fuerzas generadoras de la naturaleza. Pero ¿habrá tiempo alguno que no convide á alabar á la Virgen, cuando envía á los extremos del mun- do una luz inextinguible , y ha aparecido como el sol esplendidísimo, dando una vida indeficiente á todos (1) ?» Por último , hay en estas investigaciones tanta suavidad para el corazon, y tanta atraccion para el espíritu, que no podemos ménos de-invitar 4 todus , 4 que lean lo que hemos escrito , y lo que escri- birémos con la ayuda del cielo, para que sus almas se eleven 4 la contemplacion de lo más bello y encantador que hay en la creacion, y de ahí suban más allá, á lo que es lo bello, lo hermoso , lo subli- me por esencia, 4 Dios. Y no extrañe nadie que le convidemos con es- tas delicias: porque la posesion de ellas no engendra egoismo en quien (1) Serm. de Dormit. Virg., núm. 4.

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