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193 tes? La respuesta á esta pregunta es fácil: Dios lo ha decretado así, y en esto nada hay, que no sea óbvio á comprender; pues áun en el mundo vemos que un Rey salva la vida á quien quiere , escogiendo de entre una gran muchedumbre condenada á muerte al que es su voluntad. que viva. Pero ¿cómo ha podido suceder , que estando el gran árbol vicia- do desde la raíz, y siendo su sávia mortífera , y recorriendo esta ponzoña por todas sus venas, canales y conductos, hasta llegar á la última hoja , sin dejar que el más insignificante punto del árbol esté sin veneno, se encuentre en él una rama, no ingerta en el árbol, sino salida de él, naciendo del mismo árbol venenoso, sin tomar su veneno , recibiendo su jugo y nó la «ponzoña , que está mezclada en el mismo jugo , y procediendo pura , sin mancilla ni contagio , nó como si fuera rama, sino como si fuera anteriorá la raíz del mismo árbol? Hé aquí el misterio, el gran misterio, en el que se ve suspen- dida la ley en favor de un sér privilegiado, sin que la razon pueda comprender el modo , pues esto es del dominio del entendimiento di- vino. Pero, hé ahí tambien delineada de un solo rasgo la grandeza de la Virgen sobre todos los hombres, grandeza que es, no sólo su- perior en lo absoluto á todo lo humano , sino que en la apreciación es infinita, porque el primer paso de la vida de esta Virgen es un mis- terio de una naturaleza inefable , incomprensible é infinita. Desde luego hay que decir con San Isidoro de Tesalónica, que la Virgen fué errada en una condicion angélica , ó mejor dicho, sobre la misma condicion angélica (1), lo que entraña una elevación sublimi- sima sobre los hombres , supuesto que es más sublime que los ánge- les. Y el mismo santo Doctor explica el por qué de esta sublimidad, y es el haber sido indispensable que para levantar al hombre de su caida, hubiese un individuo en la naturaleza humana, que fuese un hombre nuevo, el cual se acercase mucho á Dios, siendo este hom- bre la Vírgen (2). Y es cosa digna de notarse, que este santo Doctor hace respecto de la Vírgen en el órden de su cooperacion á la reden- cion del mundo, la misma observacion que San Agustin respecto de Jesucristo , al tratar de lo que tenía que ser para poder presentarse como mediador entre su Padre y los hombres. «Convenía, dice, que el mediador entre Dios y el hombre tuviese algo en que conviniese con Dios , y algo en que conviniese con los hombres; porque si era igual en todo á los hombres, se hallaba muy léjos de Dios; y si era igual en todo á Dios, se hallaba muy léjos de los hombres, y no po- día ser mediador (3). » (1) Serm in Presentat. Deip., núm. VII. (2) Serm:. de Annuntiat., núm. XXIL (3) Lib. 10 Confes., cap. 24.
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