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171 que en union con María forme el cuerpo que ha de tener en la natu= raleza humana, María debía ser por tanto la Esposa del Espiritu Santo, y lo deno- ta así. el contenido de la embajada del cielo , puesse we allí cuanto se ve ¡en cualquiera desposocio , y mucho más en los que se: celebran en- tre los príncipes. El Espíritu Santo tiene. que: concurrir simultánea- mente con la: Virgen á la generacion temporal del Hijo de Dios en ella. La Vírgen se pondrá en manos de Dios, para que todo se cum- pla en ella segun sus decretos; dará su cuerpo, sus jugos, sus hu- mores, su sustancia y su vida, para que el Hijo de Dios se haga hombre: pero el Espíritu Santo tomará una partecita de ese cuerpo, una gota de esa sangre, y de esos líquidos virginales formará el cuer- po humano más fino , más perfecto y más: delicado, que ha tenido toda la descendencia de Adan : criará de la nada un alma, yla intun- dirá en el mismo instante en el cuerpo ya formado, y simultánea- mente se unirá á este cuerpo y á esta alma el Verbo divino, resultan- do de ahí , que desde aquel instante, el Hijo de Dios, sin dejarlo de ser, quedará hecho hombre. ¿Pero cómo hará todo esto el Espíritu Santo? Hay en la embajada de Dios á la Virgen tanta grandeza por parte de él, que se queda el entendimiento humano atónito y paralizado al contemplarla ; pero, si deseando dar al mismo entendimiento una es- pecie de descanso, pasamos -4 contemplar á la Virgen, para quien viene el mensaje celestial, nos sale al frente tanta majestad y tanta gloria, que nos leva á otro éxtasis , tan grande como el que produce en nuestra alma la contemplacion de las mismas grandezas de Dios. Preséntase el ángel:con unos resplandores de luz celestial , que no des- lumbran 4 la Vírgen ni la: causan turbacion : oye palabras sublimes y enaltecedoras , cuales nadie había oido hasta entónces, pues ha-= bían estado reservadas en la mente divina desde la eternidad hasta aquel momento, en que el paraninfo celestial las había recibido del mismo Dios, así como cuanto tenía órden de decirá la Virgen de su parte. Las palabras de alabanza propia la inspiran una ligera turba- cion; pero apénas oye la primera parte de la embajada, responde con sabiduría , con prudencia; éoa: modestia , con cautela, pero al mismo tiempo con una fortaleza de ánimo , con una entereza de corazon y con una resolucion que causó admiracion, á no dudarlo, áun al mis- mo arcángel. Aquel: momento que medió entre la primera y la segunda res- puesta de la Virgen, fué un momento de suspension para el cielo. Dios quería venir al mundo y darse á los hombres por medio de la Virgen; lo había determinado el Padre , lo quería el Hijo, y lo de— seaba el Espíritu Santo. Y ¡qué! ¿No podía el Padre haber enviado al Hijo, y el Hijo haber bajado del cielo, sin consultarlo con nadie,

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