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149 En presencia de estos hechos, ninguna alma puede mostrarse in- diferente é insensible. Para que los hombres inspirados enalteciesen con tantos epitetos á esta mujer mucho ántes que existiese, era pre- ciso que tuviesen una idea muy grande y muy sublime de ella. Esta idea está compendiada en la descripcion sencilla , que bicie- ron de. ella dos de los mayores profetas, y cuya realizacion hemos visto nosotros. Isaias la llama simplemente la Virgen, que siéndolo siempre concebirá y dará á luz un niño; pero Jeremias parece que da un paso más , llamándola antenomásticamente, no sólo la Virgen sino la mujer , y al hijo de su vientre el varon ; es decir, la mujer de las mujeres, la que vale sola más que todas juntas, porque ella había de consumar sola un hecho que no tendria igual, cual era el de encerrar dentro de su vientre, sin concurso humano, al varon, es decir, al gran hombre , al hombre modelo y arquetipo de todos los hombres perfectos , al hombre más que hombre , pues habría de ser Dios tambien. Lo que esos santos profetas vieron en lontananza, lo hemos visto nosotros con toda claridad. Maria se dejó ver de los hombres, y se presento á la humanidad teniendo un niño en sus brazos, amaman- tándolo á su pecho, y cumpliendo con él todos los oficios de madre. No ha dicho ella á nadie, quién es ese hijo que ella ha concebido sin obra de varon , y dado á luz quedando Virgen; pero el portento de su maternidad divina no ha podido ocultarse por mucho tiempo; si los hombres se olvidan de lo que han dicho los ángeles á los pastor- citos; precisamente en los momentos en que acababa de nacer el Hijo de María, de lo que han proclamado tres sabios no mucho des- pues, y de lo que el oráculo divino ha pronunciado cuarenta dias más tarde por los labios de un anciano bajo las bóvedas del templo, el tiem- po vendrá á decir con toda claridad quién es el Niño, que Ma- ría tuvo en su vientre, y á quien alimentó á sus castisimos pechos. Un profeta dirá al pueblo todo lo que ha visto y tratado á Maria , que aquel Niño era el cordero de Dios que quita los pecados del mundo, el que había venido del cielo, el que habia de juzgar á los hombres, el Hijo, por fin, de Dios, al cual su Padre no había dado su espiritu con medida, pues desu plenitud y superabundancia habiamos de recibir nosotros su gracia (1). Con estas palabras del Bautista estaba descorrido el velo misterio- so de la maternidad divina de María; y la Virgen humilde, que ha- bía callado sus excelencias; la mujer recatada y modesta, que vivía en la despreciable ciudad del valle de Esdrelon, como si fuera una pobre aldeana, en hogar desmantelado, y trabajando con sus «manos (4) Joann. cap. 4, v. 16.

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