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E e e ld LA AR a £ 140 Esta santidad asemeja á la Virgen con Dios de tal manera, que, con mutua reciprocidad, Dios se veía retratado en la Vírgen, y la Virgen retratada en Dios, como afirma Santo Tomás de Villanue- va (1). «Cuanto hacía la Vírgen, continúa: diciendo San Isidoro de Tesalónica hablando de su vida en el templo , era enderezado á ex- presar la imágen que llevaba de su Hijo. Porque así como su Hijo, engendrado de ella en cuanto hombre, conversaba con los hombres y se les daba á ver, quedando oculto en cuanto Dios al consorcio hu- mano, así sucedía con esta Vifgen, á quien veían todos en su porte exterior semejante á ellos ; mas atendido que tenía una virtud sobre- humana, y aventajaba á todos por la nueva hermosura de su alma, y, por decirlo así, porque era una divinidad terrestre , muchas veces permanecía invisible, viviendo no poco tiempo en el lugar santísi- mo (2). Y áun cuando esta Virgen se dejase ver, no podía el espec- tador comprender las excelencias que encerraba. Así como si Dios concediese á alguno que lerdirigiese una mirada, no vería éste jamás todas las cosas que hay en Dios, no de otra manera sucede con la Virgen; porque si se la miraba, no por eso se comprendía lo que ella encerraba en su interior. Y por lo tanto afirmo, que tiene prero- gativas divinas, incomprensibles al entendimiento del hombre é ine— fables á su lengua. Líbreme el cielo que la llame igual á Dios; pero si se la compara con nosotros , con razon llamarémos Dios á esta Vír- gen purísima por lo eminente de su virtud, aunque si se la compara con Dios, esta Virgen aparecerá lo que es; pura criatura. Pero siempre es más sublime que todas; y fácilmente y sin miedo de errar puede decir cualquiera, que ella sola vale más que todas las demás juntas, para llevar á los hombres á la gloria de Dios (3). » Por mucho que nos esforcemos, no podrémos decir más, para explicar la finura de los rasgos con que la Vírgen expresa en su alma la imágen de la Divinidad : es Dios mismo quien con su mano omni- potente ha delineado este gran cuadro, y solo él podría explicar sus bellezas. Contentos nosotros con saber que esto es así, y que no te- nemos fuerza para mirar de hito en hito á la única criatura que, por estar rodeada de luces de divinidad, llega á deslumbrar , dirémos con San Bernardo, en dos palabras, el por qué de tanta belleza de la Vír— gen, y concluirémos confesando que es lo más hermoso que hay des- pues de Dios; y que por tanto es lo más hermoso, por cuanto es lo más santo; y por cuanto es lo más santo, es el vivo retrato de Dios y su más perfecta semejanza. La consideracion de esta hermosura arrancó al Santo Doctor las (1) Conc. 3, de Nativit. (2) Serm. de Preesent., n. XXXIV. (3) 1d. núms. XXVI, XXVI
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