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139 Apénas puede darse razonamiento más sublime, ni que más grá= ficamente describa la personalidad admirable de la Virgen. Sin em- bargo, el mismo Santo Padre va internándose más y más en la pro- fundidad del misterio de su santidad inefable, y dice estas palabras, poniéndolas en los labios del gran sacerdote que la recibió en el tem- plo: «Ahora, oh niña, entra con confianza en tu templo santo, por- que, en verdad, tuya es mejor que de ningun otro esta morada; á tí sola abro todas sus puertas , y á ti gola te permito que pongas tus piés donde quieras, entrando hasta en lo más íntimo y sagrado que tiene (1). Y si, contra la costumbre de este santo lugar, sucede que se te pongan patentes todas sus puertas , poco es esto para tí, por= que algo más que esto tiene Dios dispuesto acerca de tí en los cielos; él manda que se te abran las puertas celestiales, y que te apresures á acercarte á él, sin que nadie te lo impida, no obstante que Él es inaccesible, para que hagas con tu hermosura que Él se deje ver pronto en la tierra y la ilumine más que el sol (2).> (4) Segun la tradicion de los Padres de la Iglesia, la Virgen María podía vivir, y áun vivía, en el lugar santisimo del templo. (Vid., 2.* parte, lib. 14, $. IL) (2) 1d. ibid. n.* XVIIL. Se descubre por este raciocinio de San Isidoro de Tesalónica, que examinaba la grandeza de la Virgen considerada en su predestinacion á ser Madre de Dios, pero sin serlo todavía, y la veía tan grande y admirable en su pureza, que bastó un solo momento de existencia en la Virgen, para que, al aparecer en el horizonte de la vida, quedasen oscurecidos los ángeles y los hombres más justos, así como desaparecen en el cielo los astros de la aurora tan pronto como sale el sol. Tambien se ve que este Santo Padre estaba en la creencia de que la Virgen atrajo á sí, por su hermosura, las miradas divinas, y fué causa moral , como lo dirémos ahora, de las obras portentosas de la reden- cion: y así lo creyeron los Santos Padres de los primeros siglos. En una homilía sobre la Ánunciacion, atribuida á San 0x0 Crisóstomo, se di- cen estas palabras, dirigiéndose el Santo á la VirgeN : «Has sido más adornada que todas las criaturas , y más hermoseada que los cielos; resplandeces más que el sol; eres más ensalzada que los úngeles; y cuando estabas en la tierra, atrajiste á tí al Rey de los cielos.» (Opera S. J. Chrysost., tom. XI.) Las mismas ideas se encuentran en las palabras que siguen de San Andrés de Creta: «La hermosura de su alma (la Vír- gen) subió á tanta inmensidad, que el mismo Cristo, aquella hermo- surá inmensa , ardió de deseo de venir á ella, y tener de ella una se- gunda generacion.» (S. Andreas Cretensis, in Nativit. Deipar.) Otro tanto se ve consignado en la antiquisima liturgia de los griegos, en la cual, para el dia 29 de Febrero, hay la siguiente oda ó secuencia en la Misa: «Como Jesus, el dador de la hermosura, te amase á tí por ser toda hermosa, oh Vírgen inmensa y preservada de toda culpa, de ahí es que nació de tí segun la carne , y por su inmensa piedad me eleva á mí á su divinidad. (Menolog. Grecor., ad diem XXIX Septembr. Sylloge monumentor. ad Myster. Conception illustrand., tom. 4, nota ad nu- merum XVIII. Serm. S. Isidor. Thessalonic. de Presentation.)
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