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dos: pues cada uno de los hombres , y la humanidad entera, viven en una region tenebrosa, y éllos mismos son tinieblas , porque tienen una mancha que los ennegrece, y hay en las pupilas de su alma una costra, la catarata de la culpa, que no las deja mirar á Dios, que es todo pureza y santidad. Todo esto dice tambien esa epopeya divina; pero de esa gran Mujer dice otra cosa infinitamente superior á estas bajezas: esa gran Señora es una aurora que va arrojando las tinie- blas ; sol , que va iluminando á cuantos habitan en las regiones infe- riores, donde moran las sombras; y luna que, áun en medio de las tinieblas nocturnas, da luz al que tenga que caminar en ellas (1). Una preparacion típica, simbólica y profética , dirigida por el mis- mo Dios 4 describir entre sombras las propiedades y excelencias de la gran Mujer, es una prueba convincente, y lo repetimos, de que ella sola importaba en los destinos del mundo, más que el compuesto de cuantos séres había de haber en el mismo mundo. Oigamos lo que dice sobre esto un sabio escritor: «Muchos y grandes portentos se vieron en el Testamento antiguo; las ondas del mar que se dividen en dos partes, y despues se vuelven á reunir ; las piedras brotando aguas cristalinas y abundantes; el ímpetu de los rios, aquí interrum- pido, allí cohibido y echado atras ; el sol detenido, porque se le manda, ora una nube que muestra el camino , ora una columna de fuego, tan pronto á vanguardia, tan pronto á retaguardia; fuente amarga que rebosa dulzaras de miel, y vara seca cargada de flores ; y además, ántes de esto una zarza ardiendo sin quemarse, un horno encendido y lleno de rocío, una agua encendida por otra agua, y para concluir, omitiendo otras cosas, tablas escritas por el dedo de Dios; aves que caen en los reales con la abundancia de la arena del mar; maná llo- viendo del cielo (2).» Todos estos portentos simbolizaban otros mayores, conservándo- se su memoria entre los hombres con la misma avidez con que se conservan los diamantes y perlas de valor ínfimo, porque se espera el cambio y la posesion de otras piedras y otras margaritas ¡ofinita- mente de mayor valor que las primeras. Preciosos eran, á no dudar- lo, para los creyentes esos recuerdos monumentales del poder divino; pero «en verdad y en realidad, continúa el mismo santo escritor, ¿qué son para nosotros esos prodigios y otros, como el de tener hijos las estériles, y algunos más , antiguos y recientes, si se comparan con los de la Virgen, en quien ni las leyes de la naturaleza se en- cuentran, ni nuestro raciocinio puede dar un paso? ¿Pueden acaso compararse la edad fria y la esterilidad, enriquecidas milagrosamen- (4) Cant. cap. 6, v. 9. B. Joann. Geometr., serm. in Annuntiation., n.* XXIML
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