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127 cacia de estas aguas, que han de tocará las del mar y las sanarán: y cualquiera gente, cualquiera alma que las toque , será sana, y los peces que abundarán en ellas, y todo lo que se las aproxime, será sano; serán tantas las especies de peces que habrá en estas aguas, que no se diferenciarán de los del mar; y habrá tambien muchos pescadores que los pescarán. Todo esto ¿qué otra cosa es sino aque- lla abundancia de bienes espirituales que tenía que derramarse en la Iglesia de Je sueristo, los cuales vió Isaias cuando dijo: Fo derrama- ré sobre ella como.un rio de paz, y como torrente que inunda la glo- ria de las gentes (1)? ¿No se vé aqui significado aquel príncipe que ha de dominar de mar á mar, y desde el rio hasta los términos de la redondez de la tierra (2)? Al leer en el profeta que los pescadores echarán sus redes en aquellas aguas ¿quién no se traslada á la ribera del lago de Genesarét, y contempla al Salvador diciendo á dos pesca- dores: Venid en pos de mi, que yo os haré pescadores de hom- bres (5)? Claro es como la luz del dia, que todas las profecías del antiguo Testamento tienen por objeto inmediato á Jesucristo; que todos los símbolos y figuras van á manifestar sus grandezas, que tedas las ale- gorías y metáforas que hacen tan'bello el estilo de los libros sagrados, representan la excelencia de la persona divina, que había de reves- tirse algun dia de nuestra carne, y había de redimir al hombre. Que así sea, apénas causa admiracion; porque era justo que el que era la esperanza de los pueblos, fuese tambien el objeto de todos los vati- cinios: la obra era grande, inmensa, infinita , y sólo realizable por una virtud tambien inmensa é infipita. La necesidad de creer en el Redentor que había de venir , era tan indispensable, que sin esta fe no podía salvarse nadie: era por consiguiente necesario, que los pa- triarcas hablasen á sus hijos de esta gran obra, y les inspirasen amor y respeto al que había de venir; era indispensable, que los profetas lo anunciasen, y que pusiesen de manifiesto las virtudes que había detener, y las empresas que había de realizar. La excelencia de la persona, la grandeza de la obra, la importancia de los resultados eran motivos muy suficientes, para que, cada vez que aquellos hom- bres inspirados tomaban la pluma ó el estilo, fijasen su: vista on ob- jeto tan divino y hablasen de él. Pero lo que admira, lo que sorpren- de, lo que hace que se forme una idea sublime de la Virgen, es el ver que apénas hay un profeta que dé una pincelada en la vida del Redentor que había de venir, que no eche algun rasgo, para bosque- jar el cuadro de las glorias de la que tenía que ser su Madre. (4) Isai., cap. 66, v. 12. (2% Psalm, 71, v. 3. (3) Matth. cap. 4, v. 19.

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