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112 los dos una lucha terrible y suprema, en la eual Dios tambien anun- ciaba que la serpiente llevaría la peor parte, pues quedaría no sólo ven- cida, sino hecha pedazos: esa Mujer, había dicho Dios á la serpiente, ha de estrellar tu cabeza (1). Estaba concretada la existencia de esta Mujer á la del Hijo, en quién serían bendecidas todas las generacio— nes de la tierra; por lo mismo ,cuanto directamente dijo Dios á- los Patriarcas relativamente á la venida del Redentor, indirectamente lo decía tambiea respecto de su Madre; y dejando á un lado cuanto las profecías simbólicas inunciában tocante á sus* bellezas morales, una cosa se sabía como cierta é indudable, y era que esta Mujer había de ser hija de Abraham , pues á este Patriarca había Dios prometido, que en su semilla serían bendecidas todas las gentes (2); y tambien se sabía que tenía que ser oriunda de la casa y familia de David , pues desde aquel dia memorable, en que el moribundo Jacob describió los destinos futuros de sus hijos, afirmó que de: Judá: habia de nacer el que era la esperanza de las naciones (3): y más tarde había prometi— do Diosá David, que era su descendiente, que sería uno de sus hi- jos quien fundaría:el reino que había de durar por toda la eter— nidad (4). ¿Quién ignoraba esto en la nacion escogida? ¿Qué mujer no llo— raba con amargas lágrimas:su esterilidad, la cual la privaba de po— der tener la dicha de ser madre ? ¿Por cuál otra razon ninguna'mu- jer, en el largo período de quince siglos hizo voto de virginidad , sino porque las tradiciones divinas del púeblo escogido daban mayor valor á la maternidad que á la virginidad perpétua , por tener que ser una mujer de aquel pueblo la que había de concebir y dar á luz al Res- taurador de la hamanidad , al Reparador del mundo? Todas las. pro- fecías , que anunciaban la venida de Jesucristo, llevaban incluida tambien la venida de su Madre; y si por espacio de muchos siglos, nada se dijo en términos claros y precisos sobre sus .excelencias y prerogativas, fué porque aún no había llegado el tiempo en que que- ría que se hiciese: el-que todo lo dispone con número y medida. 2. 11. Isaias. Cuando el reino de Judá se había elevado al apogeo de su gran- deza y esplendor, apareció uno de los mayores profetas que ha habi- do, el cual empezó á anuncir las cosas futuras con' tanta claridad, 1) Gen., cap. 3, v. 15. (3) Tb., cap. 49, y. 10. (2) Gen. , cap. 26, v, 4. (4) Psalm. 88, v. 30. *
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