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102 tu madre lo que te pide; porque por mucho que yo te pida, todo ello vale poco comparado con la vida que me debes. Como el Hijo de Dios está sentado á la diestra de su Padre con su humanidad gloriosa , así tamtbien está sentada su Madre á su de- recha ; es decir , explica San Bernardino: del mismo modo que Jesus está sentado á la mano derecha de su Padre, poseyendo los bienes más preciosos de éste, así tambien su madre ocupa un trono al lado de su Hijo, sublimada á la posesion de cuanto éste tiene (1). Y en esta mútua participacion dé gloria es donde contempla San Antonino, lo que media entre la Madre que pide y el Hijo que concede; y sín embargo de que para Dios todo está presente, y de no haber nece- sidad de que su Madre le ponga por delante , lo que ella hizo por él en los dias de su vida mortal, describe una escena tierna, afectuo- sa, arrastradora del mismo corazon divino, y áun capaz de hacer que él mismo entre en un éxtasis arrobador , al ver tanto amor de madre y tanta belleza del corazon virginal , escena que entre sombras repre- sentó Betsabé , escena que se representa cada dia en el retrete de la vida de familia. La Madre , dice, está junto al Hijo; el Hijo delante del Padre: la Madre enseña al Hijo su corazon y su seno; el Hijo muestra al Padre su costado y sus llagas; y no puede haber allí re- pulsa alguna, porque lodo cuanto se presenta respira amor (2). Sin embargo, estas escenas divinas pasan en el cielo de un modo sublime , cuyos detalles no podemos llegar á comprender, porque son demasiado elevados, para que nuestro entendimiento los mire 'siu deslumbrarse. Allí está la Virgen, sin poder dejar de ser siempre la Madre de Dios y la de los desterrados. Es la: Madre de Jesus, que es inocente, santo y sin mancilla por esencia; y la Madre tambien de los.desdichados pecadores, que cada dia ofenden á su adorado Hijo, por lo mismo hay en el corazon de María dos amores, ambos inten— sos hasta un grado casi infinito: ama ásu Hijo natural con tanto amor, que los serafines á su lado son un pedazo de hielo; pero ama á los hijos que ha engendrado á la gracia divina, con tanto afecto y con tan tierna amistad, que, si pudiera ser, daría su vida por su bien. Pero sucede entre tanto que su hijo natural odia infinitamente el pe- cado, y á quien lo comete, resultando de ahí una enemistad contínua entre éste y sus hermanos. ¿Qué ha de suceder por lo mismo en el corazon de una madre, que ve las discordias de sus hijos, y com- prende que han de ser funestas á algunos de ellos? Sucede que junto al trono del Hijo de Dios está reproduciéndose incesantemente la tier— na é interesante escena que un dia tuvo lugar entre Salomon y.su madre Betsabé. Una gracia tengo que pedirte , Hijo mio, dice María (1) Tomo 3,Serm. 11,art. 3, (2) Cap. 4,p. t., cap. 44,$. 7.

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