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99 van todos los honores de la corte, y ella sola tenía parte en los con= sejos de la corona ; á ella acuden los sacerdotes para tratar de mante- ner en su integridad los derechos hereditarios; á ella tambien acuden los mismos decgidos de la gracia del Rey, para lograr conseguir al- gun favor ; lo que hace de esta noble matrona un personaje de los más notables en el seno de la nacion escogida. Habían llegado para el corazon de Betsabé unos momentos, cuya impresion apénas puede explicar sino quien los experimenta; era una madre que veía á su hijo sentado en un trono, del cual se decía, que había de durar como los dias de la eternidad. Derramaba ya gran-= des ráfagas de luz en el jóven Salomon una gloria que había de ex- tender sus rayos como el sol á mediodia ; sentencias concisas, pero sabias y elocuentes; determinaciones prontas, pero pesadas en la balanza de la justicia y de la prudencia ; juventud Morida y discre— cion de un anciano; majestad sin afectación, y benevolencia sin en yilecimiento; amor del pueblo, fidelidad de los generales , defe- rencia y respeto de los sacerdotes , riquezas sin número, considera- ciones de los reyes circunvecinos, y por fin, cuanto puede halagar al corazon humano , todo rodeaba al sucesor de David , que pocos dias más tarde iba á oscurecer á cuantos reyes le habían precedido, sin que ninguno de los que sobreviniesen pudiese llegar á igualar su sa- ber ó á superar sus glorias. Considérese qué clase de gozo y satisfaccion inundaria el corazon de una madre, que veía á su hijo rodeado de tantas grandezas: por- que en realidad , desde que los instintos de la maternidad pasan á ser una realidad en una mujer, es indudable que su primera aspiración es la dicha, la grandeza y la felicidad de su hijo. Y es preciso con- fesar , que uno de los grandes favores que Dios nos dispensa , es ocule tarnos nuestro porvenir y el de nuestros objetos queridos; y no dude- mos que si, momentos despues de concebir, Dios revelase á una ma= dre que con el tiempo sn hijo sería rey , y 4 otra que el suyo moriría en una horca, ni una ni otra llegarían quizás á dar á luz sus hijos, pues la primera quizás moriría de gozo , y la segunda , de posar. Cuando la mano de Dios favorecía tan visiblemente al rey Salo- mon, y una grandeza desusada lo enaltecía sobre todos los monarcas del mundo, hé aquí que sucedió en su regia morada una de esas esce- nas que son propias del amor maternal, que encierra siempro en el corazon raudales de sentimientos generosos y del filial, que sabe dar un justo valor á la solicitud de una madre por el bien de su hijo , y la colma de una dicha inefable al demostrarla su agradecimiento, De- seosa Betsabé de cumplir los oficios de piedad hácia el príncipe Ado= nías, que la había buscado para mediadora , determinó pasar al salon del trono, donde se hallaba sentado su hijo Salomon, el cual en los dias de su gloria y en su pacífico reinado era el tipo más acabalo del
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