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147 y tiene que tener cuanto la constituya verdadera descendien- te de su estirpe: mds todavia; esta Virgen ha de tener algo de lo que le sobrevino 4 Adan por haber faltado 4 lo que Dios le habia mandado. Y jqué era lo que la Virgen tendria de Adan pecador? Aquello que seria lo que la serviria de ar- ma, para aterrar 4 Lucifer en el poder que se arrogaba, y de manto con que encubriria sus excelencias y lo engaiiaria, trayéndolo siempre alucinado y andando al rededor de ella, sin poder él llegar 4 comprenderla, hasta que viniese el mo- mento de ponerle ella misma una cadena. Esto que la Vir- gen tenia de su padxe prevaricador, era lo mismo que tuvo su Hijo, la naturaleza con su debilidad natural, con su de- feccion, con sus miserias, menos aquellas que vienen del pecado. Asi se hizo el Hijo semejante 4 nosotros en todo, como dice San Pablo ', y asi tambien lo fué su Madre, con la unica diferencia de ser su Hijo puro, ‘santo, inocente é in- contaminado naturalmente por efecto de la union hiposté- . tica de la persona del Hijo de Dios 4 la naturaleza humana, y serlo la Virgen por gracia y privilegio especial, y decre- tado para ella en vista de los méritos de su Hijo, y por ha- berla prevenido la gracia sobrenatural, para que fuese siem- pre y en todo tiempo santa, inmaculada, inocente é¢ inconta- minada como lo es su Hijo. La Virgen no es eximida de padecer alginns penalidades de la vida presente, porque tiene que ser Madre de un Dios que siendo inmortal é impasible, se hace mortal y pasible y se . & padecer’ frio, hambre, pobreza, y muerte de © ruz, para engafiar asi al gran engafiador, y vencerlo con las armas de la ‘debilidad que él miraba con menosprecio. Pero iqué es todo eso? El padecer en estos cortos dias de la pere- gtinacion terrestre por efecto de la debilidad de la carne jpasa acaso de ser un simple accidente de la vida humana? {Qué viene 4 ser el cansancio y la muerte para el cuerpo, cuando despues de unos cuantos momentos de vida mortal ha de resucitar triunfante y glorioso, para vivir mientras t ~ ¥. ‘ Hebr. cap. 4, v. 15.