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94 el mundo conoxeca, que amo a mi Padre, y que obro en todo en conformidad con el ani que me did, levantaos y vdémonos de aqui". De este modo ensefiaba Jesucristo'con su ejemplo la su- bordinacion de un afecto 4 otro, el de la criatura al del Criador, el inferior al superior, lo que constituye el tegido de las bellezas del mundo moral. Déjese transcurrir un povo tiempo, lo que sea bastante para que los hombres compren- dan lo herdéico y divino de este amor, y les oiremos racioci- nar de este modo: en esto hemos conocido la caridad de ‘Dios, en que dié el Sefior la vida por fiosotros: y por lo tanto, nosotros’ debemos dar la vida por nuéstros herma- nos *. De ahi tenia que venir 4 comprenderse, ‘que no puede haber érden ni hermosura moral en las acciones humanas, si no obedecia la concupiscencia en los deseos que tiene, 4 las prescripciones de la razon arregladas 4 lo que manda la ley. jY qué espectaéculo mas bello que ver ordenadas las co- sas, en la parte inferior como en la superior de su alma, dando 4 Dios lo que es suyo, sin quitar sus fueros al hombre! ~ Desee enhorabuena el alma deleitarse en lo que Dios ha criado para el hombre: pero sea razonable ese déseo, arre- gléndolo & la ley de Dios. Esto ensefia Jesucristo con pala- bras y ejemplos. © Pero no es posible considerar 4 Jesucristo tan solo en re- lacion con su Padre, porque si bien es su Hijo engendrado ‘por él eternamente, tambien esté relacionado con una Ma- dre, que le ha dado el sér temporal, y con quien lo ligan los vineulos naturales mas sagrados y mas tiernos. El ¢am- po de los afectos entre este Hijo y esta Madre es tan vaste, que, esté vedado al mortal el recorrerlo todo; pero por pocos pasos que se den en él, se ve lo bastante para comprender que la Madre de Dios se nos presenta, no solo como la pri- mera discipula de su Hijo, sino como la mas completa y per- fecta realidad del arquetipo que Dios tenia en su mente ee ‘ ~ * Joann. cap. 14, v. 31. 2 4, Joann. cap. 3, y. 16.