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ae 7 53 . yo te libraré del enemigo, y te introduciré en el reino de mi Hijo, para que lo ames y bendigas para siempre.» Asi sea. , g. Il. La embajada celestial y la Virgen Madre. a & - Grande fué la alegria de los habitantes de Nazaret, cuando vieron llegar 4 su ciudad 4 los nuevos esposos José y Maria, recordando en su aspecto 4 los antiguos es- _ posos Isaac y Rebeca, por la mansedumbre y modestia que veian en las acciones y en los modales de los recien ve- nidos. Mas se alegraban, sin embargo, los angeles de] Sefior, que pasaban mas alld de las cosas exteriores, y veian quella asiduidad con que José atendia al trabajo de sus manos, para ganar el sustento para si y para su ‘esposa: - aquel esmero con que esta cuidaba de las faenas domésti- cas: aquella devocion que los dos tenian en sus oraciones vocales, con que alababan al Dios de Israel, y aquel reco- gimiento de dnimo, con que de dia y de noche meditaba cada uno en su retrete las misericordias del Altisimo y las obras de sus manos. Era verdaderamente la casa de Maria un retrato del paraiso perdido por la culpa: porque su am- biente quedo santificado desde que entraron en él estos dos angeles en carne humana, que representaban tan 4 lo vivo en sus pensamientos, palabras y acciones 4 los virginales - padres del linage humano, antes que se apartasen. de la rec- titud, en que Dios los habia constituido al criarlos. Ni hay que extrafiar que esta pobre casa fuese el tra- sunto del paraiso en los dos séres, que la habitaban, cuando Dios la tenia destinada 4 que fuese el teatro, donde acaeciese en el érden de la gracia una cosa parecida 4 la que ocurrié en el paraiso en el érden del pecado: porque, asi como en. el Eden primitivo un angel perverso y altivo habia tratado con una virgen orgullosa sobre la ruina de todos sus hijos segun la carne, y habia conseguido sus intentos perversos
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