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214 del discipulo amado, para conocer en qué fuentes tan copio- sas y puras bebié aquella doctrina tan inefable de la gene- racion eterna del Verbo: pues no solo se las inspiré su divino Maestro, cuando se reclinaba sobre su corazon en la Ultima cena, sino tambien aquella Maestra celestial, 4 cuyo lado vivid tantos.afios, oyendo los dogmas mas augustgs de nuestra Religion adorable, y aprendiendo aquellos precep- tos del amor del corazon divino hacia los hombres; los cua- les solo & Juan fué concedido explicar, porque solo a él, que era virgen, quiso conceder el. Salvador que durmiese sobre su sagrado pecho,y que le sucediese. en este mundo en los privilegios y deberes de hijo hacia su Santisima y _ Virginal Madre. A la doctrina copiosa que Jedtilin de sus labios, ‘sail la divina Madre el ejemplo admirable de sus virtudes, cuyo | suayisimo aroma se difundié entre los fieles de Efesode tal . manera, que eran el modelo de todos los cristianos del Asia, habiendo merecido que el Apéstol San Pablo los alabase por su constancia en la fe, y que los explicase los mas su- — blimes arcanos de la predestinacion gratuita en Jesucristo — y de la justificacion por la gracia divina y la fe en el mismo. Seiior. Fué. en todo este tiempo la Virgen Maria, lo que ha- * bia sido toda su vida mientras vivid en su humilde morada de Nazareth, repartiendo-el tiempo en contemplar las gran- dezas de la misericordia divina, y en cuidar de cuanto per- tenecia 4 la economia doméstica del nuevo hijo, que su ama- do Jesus la habia encargado que le sustituyese desde el mo-- mento en que él moria. Vivia su alma en un éxtasis: conti- _ nuo, no aparténdo su imaginacion de las obras de+su Hijo, 5 erry aeest sea amigo de la fe, que no arda en deseos de ver 4 esa Sefiora. Es tam- bien conocidisima la tradicion sobre el efecto sorprendente que causé en San Dionisio Areopagita la vista de esta Madre de piedad; pues se di- ce, que escribiendo a San Pablo le confiesa ingenuamente, que si la fe no le ensefase, que aquel sér admirable era una pura criatura, y que no -hay sino un solo Dios, hubiera creido que era una divinidad. (Vid. Amor de Maria, por D. Roberto ermitaiio Camandulense. Mazerata, 1802, pa- gina LLL.) ;
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