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LIBRO VIGESIMOSEX'O. " 4 El Calvario. t Cuando el presidente Pilato pronuncié la sentencia de muerte contra Jesus, quiso dar un testimonio publico de que lo hacia contra el dictimen de su conciencia, obligado ~ y violentado por las repetidas instancias del pueblo; pero apenas lo manifesté 4 este, ora de palabra, ora lavandose las manos delante de la muchedumbre, esta grité undni- memente diciéndole, que enhorabuena fuese asi, y que ella se cargaba con la responsabilidad de aquella muerte, y que se satisfacia con que la sangre que se iba 4 derramar, se imputase 4 cuantos habia presentes y 4 cuantos fuesen hijos suyos en las subsecuentes generaciones. Para compro- barlo, y hacer ver que lo digeran de corazon, desde los al- rededores del palacio de Pilato se trasladaron todos al Cal- vario, ya precediendo, ya acompafando, ya siguiendo al condenado 4 muerte: y cuando el Salvador trepaba por el + pedregoso sendero, hormigueaba toda Ja montafia, sin que hubiese un solo reducto sih ocupar, y pareciendo toda la eminencia un enjambre, que, escapado dela colmena, busca con movimiento continuo un parage donde colocarse. “Todo pues se hallaba tomado, excepto el sitio donde debia ser oo a crucificado Jesus con dos ladrones, pues temfan los judios_ / ponerse en contacto préximo con los que morian en cruz, para no quedar inmundos. Llegé junto con el Hijo la tristisima Madre, sin inter- rumpir ambos la oracion comun 4 sus almas, las preces, los actos de esperanza, de resignacion, de amor divino, de ca- Tidad, de humildad, y de conformidad con que habian hecho 3 el camino del Gélgota. Oraba Maria al Eterno Padre, que . ree >
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