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175 - aheities se hallaba la compasiva Madre en - seid cion de tanta ingratitud de aquel pueblo, que pedia 4 gran- des voces que fuese crucificado su Hijo, que tantos favores le habia dispensado: multiplicdbanse las congojas de su alma, cada vez que el murmullo general que reinaba en todas partes, crecia de repente, asemejandose 4 las detona- ciones prolongadas de turbonadas horrendas: al fin, un ruido de aplausos y vivas al presidente romano vino 4 cu- brir el corazon de la Madre del luto mas espantoso que ha sobrevenido jamas 4 una alma tierna y generosa. jAh! Los clarines habian impuesto silencio 4 las turbas agitadas, mientras un ministro del imperio romano leia la sentencia de muerte infame en una cruz, 4 que era condenado Jesus de Nazareth, por llamarse enviado é Hijo de Dios y rey de los judios. El corazon de Maria se desmayd, y fué necesario que una nueva gracia del cielo la contuviese, para que no espirase victima del amor de su Hijo, antes que este murie- ra victima del amor del hombre. Aprendamos de nuestra Madre y Sefiora, 4 tener valor para arrostrar los infortunios que nos sobrevengan por que- rer llevar la cruz del Sehor, y no nos avergoncemos de pro- fesar el Evangelio de su Hijo, teniendo4 mucha honra per- tenecer en este mundo al numero de los que en é] son tenidos por necios, pues en esta santa necedad del desprecio de las riquezas, de los placeres y honores mundanos y de la abne- gacion de si mismo, estan encerrados’ los seas Ast is sabi- | duria de Dios. i {Figs eee 9 es GL. La calle dela amargura. Solo la fe de la Madre de Dios podia contemplar, sin va- ; cilar ni titubear, las escenas terribles, que pasaban cuando 5g su Hijo permitiéd ser presentado 4 los tribunales humanos, para ser juzgado por ellos: pues por ser los jneces hipdcritas y corrompidos, como eran los sacerdotes y senadores de Je- rusalén, vanos y lujuriosos como era Herodés, injusto y ve-
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