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ssi csiadhiclon prodigando carifios paternales 4 i nifia Ma-~ ria, sera bastante para demostrar, que valen estos dos an- cianos delante de Dios, mas que cien generaciones. Desde Abrahém hasta Joaquin y Ana han pasado veinte siglos, jCudntos capitanes y guerreros ilustres, cudntos reyes y principes prudentes y sdbios, cudntos Patriarcas y Profetas, santos, y cudntos varones herdicos ha habido en una fami- lia, que ha ocupado un trono fundado por el mismo Dios y gobernado un pueblo que no tenia mas nombre que el de pueblo de Dios! Entre tanto Joaquin y Ana son los que cier- ran la serie de tanta grandeza, y no son conocidos; son los que heredan 4 Abrahém y 4 David, y lejos de poseer 5a zas y honores, viven confundidos entre la infima plebe. Mas, el fruto de su vientre anunciard quién es esta Madre feliz, quién este Padre venturoso. Esa Nifia diré que todos aquellos hombres, grandes en los anales del mundo, han existido, para que existieran al- gun dia Joaquin y Ana; ellos fueron grandesy herdicos en defender la familia escogida, para que no faltase jamas un vastago en ella, y se conservara hasta que viniesen al mundo Joaquin y Ana, que prepararian el templo vivo don- de habitaria Dios, y darian vida 4 la que ‘abria la era de la ‘ gracia. Asi, cuando Dios saca a David de entre los rebaiios y lo eleva 4 las gradas del trono, cuando confirma el reino a Salomon, cuando amonesta 4 Ezequias, cuando corrige4 Manasés, cuando arroja del sdlio 4 Sedecias y lo precipita en las cadenas y en el destierro, siempre tiene presentes sus designios de engrandecer la familia, que ha de engendrar 4 Joaquin y Ana; de corregirla y enseflarla, y de prepararla en las adversidades, en la pobreza y en la oscuridad, 4 que; sin tener el brillo de sus abuelos, ni poseer sus riquezas, conserve sin embargo los derechos adquiridos, y los trans- mita al que cierra la serie de los Patriarcas, y este se los dé & su hija, para que los reciba de esta el que, siendo Hijo de Dios, se hard en su casto seno hijo de David, hijo de Abraham. — Admirables son por cierto los caminos de Dios. iQuién hubiera creido, que el venerable anciano que vivia en la so- t Be SoS ra

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