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do con tu elevada mente; porque es cierto, que nadie puede llevar 4 Dios, ni rodear con su carne al que tiene por vestido la juz‘, ni tampoco acercarse, ni aun un poco, al que estd acom- paiiado de milesy millares de dngeles, y servido de millones de ellos *, pues todas las cosas se estremecen, y tiemblan en su presencia. Pero jt! ;Ah! Yo no sé cémo hablar; tu no eres hombre, ni dngel, sino otra naturaleza mas sublime, y de un érden tan especial, que despues de la naturaleza divina no hay nada que te separezca. Por tanto, 6 Maria, tt eresla tni- ca, que no tienes que temer por las palabras que te he diri- gido, ni creas que no merece tu pureza recibir lo que te anuncio; ni pienses, que el resplandor admirable de tu alma sea menos = que lo que debe ser, para admitir lo que te propongo. El Criador sabe que tu hermosura es digna de él; no se ocultan los resplandores de tu belleza al que todo lo ve; ni juzgo yo, que haya en tu hermosura un quilate — menos, que lo que él desea. Sea Dios quien juzgue tus cosas, puesto que, no habiendo podido encontrar una remuneracion digna de tus gracias y virtudes, te se entrega 4 si mismo como premio de tu pureza. Porque Dios no da coronas, que no sean conformes con el mérito de la pelea. Y por cuanto ni lo presente, ni lo futuro, ni lo eélevado, ni lo profundo, ni todo el mundo, ni criatura alguna es premio correspon- _ diente 4 tus merecimientos, recibes esta recompensa, que so- — loesdigna de ti, Esta es la peri bucion, correspondiente 4 los explendorosos rayos de tu alma.» Despues de estas sentencias ee en la boca de un Ar- edugel, nada hay que decir, pues aan echar sombras en la luz. _-- ' Psalm. 108,v. 2. 2 Dan. cap..7, v. 40. * Serm. de Assumpt., n.° XVI.
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