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221 del cielo, y su calor, es decir, su providencia se extiende ' tanto, que no hay quien se,esconda de sus miradas. »Dios te salve, Maria, que con tu nacimiento rompiste los nudos de la eternidad, borraste el oprobio de la infecundi- dad, arrojaste al profundo la maldicion legal, germinaste la primera la bendicion de la gracia, y apareciendo como auro- ra de la misma gracia, nos diste la esperanza del perdon y de poseer alegrias inefables. »Dios te salve, Maria, mas santa que todos los santos, mas alta que los cielos, mas gloriosa que los querubines, mas digna de honor que los serafines, y mas venerable que todas las criaturas juntas. Dios te salve, paloma, que con tu entrada en el templo nos traes el fruto del olivo, nos anun- cias al que nos ha de librar del diluvio, nos muestras el puerto de salvacion, y nos ensefias tus alas plateadas, llevando en los extremos el suavisimo oro, irradidndote con sus fulgores el Espiritu santisimo ¢ iluminador. Dios te salve, urna fa- bricada de oro puro, que encierra la dulzura suavisima de nuestras almas, 4 Cristo que es el mana. » _ Hasta aqui las alabanzas con que San German ensalza 4 la Virgen, expresando la fe de toda la Iglesia'. En esas fra- ses sublimes encierra el santo Obispo los motivos que tene- mos para llamar 4 la Virgen, Hija del Padre, Madre del Hijo y Esposa del Espiritu Santo; y despues de establecer estas verdades que elevan el espiritu, entra 4 pregonar otras que llenan de consuelo el corazon. El Santo recorre de nuevo con una rapidez llena de delicadeza y de fuego el campo de las -bellezas de Maria; y como quien va 4 hablar mas. intima- mente con la Virgen y dirigirse 4 su corazon amabilisimo, empieza su ultimo periodo con una disyuntiva , como para decir, que de nada nos servirian 4 nosotros todas sus exce- ‘ Con los mismos epftetos saludaba San. Juan Criséstomo 4 la Virgen en el siglo. cuarto. Despues de decir que la Virgen es lo mas alto y subli- me despues de Dios, la saluda diciéndola: Dios te salve, madre, ciclo, nia, virgen, trono, hermosura, gloria y alegria de nuestra Iglesia: rue- ga sin cesar d tu Hijo nuestro Sefior Jesucristo, para que alcancemos sus promesas, (Apud Methaphrastem.)
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