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60 soga, afrentosa calvicie en vez del pelo rizado, y por corsé un áspero cilicio.» Lejos, pues, de tí esos trajes, de los cuales Dios se da por ofendido: un vestido decente, honesto y sencillo, sin perifollos ni ridicnle- ces, sea tu gala más apreciada. Y si me dices que eso se hace por acrecentar la hermosura 6 por ad- quirir celebridad, yo te diré con Salomón. que es vana la hermosura y despreciable la belleza que no se funda en la virtud; que la celebridad es un poco de humo qe, ó el viento lo disipa pronto, ó nos da en los ojos y nos hace llorar. A penas puede darse en el mundo cosa más vana é ilusoria que esa celebridad y esa fama que los hom- bres pretendemos. El hombre más famoso del mundo estuyo muchos miles de años sin ser conocido: murió y nadie más volvió á conocerle, y si de él queda algún ligero recuerdo, ¿para qué le aprovecha ya? ¡Y aun ese recuerdo á noticia de cuán pocos llegará! ¡Cuántos ignoran hoy hasta el nombre de los varo- nes y de las mujeres más célebres de la antigiiedad! Y si todavía hay quien tenga noticia de ellos, llegará un día en que fenecerá el mundo con su gloria, y entonces se desvanecerá todo. Deja, pues, mi cara Toófila de anhelar por los bienes caducos y perece- deros de este mundo, y fija tu atención únicamente en los celestiales y eternos. Resumiendo, pues, lo dicho hasta aquí, vamos á compendiar en una déci- ma la doctrina expuesta, para que reteniéndola en la memoria te sirva de escudo contra los ataques del mundo, en tanto que no te puedas instruir en el manejo de otras armas más poderosas. Yo mismo re- chacé sus asaltos cuando en mi juventud trataba de alucinarme, diciendo para mis adentros: Es el mundo una ficción que desprecia el hombre cuerdo; la fama es sólo un recuerdo, la hermosura una ilusión: riquezas y honores son
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