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59 remóntes conmigo á los principios del mundo, cuan- dola primera mujer, recién salida de las manos de Dios no necesitaba de vestidos; porque la cubría su misma inocencia. Pecó, y la malicia de su culpa la hizo conocer que estaba desnuda. Se avergonzó de si misma, sintió las inclemencias del tiempo, y para evitar ambas cosas cubrió su vergonzosa desnudez eon hojas de higuera. Tal fué su primer vestido. El segundo no dejó mucho que envidiar al primero. Dios mismo, dice la Escritura Santa, que» hizo para Adán y su mujer dos túnicas de pieles de animales y los vistió con ellas, compadecido de la miseria en que los veía. Desde entonces el vestido á los ojos de Dios y del hombre racional, no ha sido más que un re- cuerdo de su infidelidad, una señal de oprobio, un testimonio de su ignominia, y (suavizando la expre- sión cuanto es posible) una medicina contra la herida que recibió su naturaleza. De estas verdades incon- testables se sigue, que debemos usar del vestido como de la medicina; lo que basta para curarnos, y nada más. Pues según esto, ¿qué locura, qué delirio es el de esas mujeres que hacen alarde de traer sobre si galas muy costosas? ¿Quién no se reiría de yer á un enfermo haciendo ostentación de las vendas y cata- plasmas qne le aplican? ¿Quién no le tendría por loco, si le viera salpicar con oro y rodear de encajes los emplastos y cantáridas que le ponen? Pues eso y nada más que eso hacen las mujeres vanidosas que se engalanan con profanos atavios, pues se burlan de Dios, haciendo alarde del castigo que El nos impuso, como testimonio de nuestra infidelidad. No es, pues, de extrañar que áesa profanidad tenga Dios reser- vada el castigo con que amenaza Isaías: «Porque se envanecieron las hijas de Sión y anduvieron con el cuello levantado, alconeando los ojos, pavoneándose en el paseo, y haciendo alarde de sus galas, por eso les quitará el Señor sus atavíos, y les dará hediondez en vez de los olores, en lugar de gargantilla una
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