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nuestras fuerzas y el poder de nuestras armas en la poderosa batalla que vamos á emprender. Por nosotros mismos no podemos nada, absolutamente nada; pero lo podemos todo, según frase del Apóstol, en Aquel que nos conforta. El fundamento de nues- tro poder está en el conocimiento y sentimiento de nues tra impotencia; mientras más desconfiemos de nosotros y más confiemos en Dios, más poderosos seremos. Cuando nuestra confianza en Dios sea perfecta, seremos omnipotentes con la omnipotencia de Dios, fuertes con la fortaleza de Dios, vencedores con victoria divina, galardonados y coronados con diadema inmortal. ¡Con qué ánimo debemos entrar en batalla, sabiendo todo esto! Dios lo pone casi todo; sólo exige de nosotros una buena voluntad, y para tenerla nos ayuda con su gracia. Es verdad que de vez en cuando experimentaremos las fatigas de la lucha y los azares de la guerra: ¿pero qué importa,si tenemos yasabido que la vida del hombre es una batalla continua sobre la tierra? Queramos Ó no queramos, hemos de sufrir las consecuencias de la lucha eterna trabada entre el bien y el mal; ignorándolo ó sabiéndolo hemos de tomar parte en ella. ¿No sería, pues, una locura inclinarse á la parte peor? Es verdad que sufriremos; pero al fin peleamos por la justicia. Es verdad que padeceremos, pero más padecen nuestros enemigos y al fin perderán la bata- la, Cierto es que no faltarán trabajos, pero también lo es que los de nuestros adversarios serán mayores; y los nuestros son ya recompensados en esta vida con el testimonio de la buena conciencia, la satis- facción que causa el cumplimiento de un deber sagra- do, y la esperanza cierta de un premio infinito. Al llegar aquí, viendo que vamos á entablar una correspondencia formal y seria sobre la vida espiri- tual, me lisonjeo, cara Teófila, de que mis anteriores estén harmónicamente enlazadas entre sí, mediante un encadenamiento lógico de ideas. En la primera
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