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47 que podamos resistir y alcanzarla victoria (1). Difícil- mente se hallará en los libros santos cosa en que Dios tenga más empeñada su palabra que en socorrer al que confía en su bondad infinita. El salmista sobre todo, está lleno de estas y semejantes expresiones: «Esperen en tí, Señor, los que conocen tu nombre, Jorque nunca has desamparado á los que te buscan. Yo puse en tí mi confianza, y asi me alegraré y gozaré en tu misericordia. Bienaventurado el varón que colocó en Dios su esperanza, y no miró á las vanidades y locuras engañosas de este mundo. En ti esperaron nuestros padres, y no fueron vanas sus esperanzas.» Y por último, en el Salmo noventa pronuncia el Señor estas consoladoras palabras: «Por- que ha esperado en mí, le he de librar, le he de pro- teger, estaré con élen la tribulación, le sacaré de ella y le glorificaré.» No sé, amada Teófila, qué más podemos desear, teniéndonos Dios tan empeñada su palabra y siendo tan fidelísimo en cumplirla. Tome- mos, pues, el consejo que nos da el mismo Profeta diciendo: Arroja en Dios tus cuidados que El te pro- veerá. Pon en él la esperanza de tu victoria y em- prende la lucha confiadoen su bondad, que El pondrá buen cobro en lo que fíes de su mano. Por eso el sabio preguntaba con tanta seguridad: «Tended la vista por todas las naciones del mundo y decidme: ¿Quién esperó en Dios y le salió vana su esperanza: quién guardó sus mandamientos y fué de El desampara- do? (2).» Por tanto, digamos con David: «Tú, Señor, eres mi esperanza y mi salud. Si se levantan batallas contra mí, por tí espero vencéerlas: si se embrayece contra mí el mundo, si brama el demonio, si la misma carne se levanta contra el espíritu, en tí esperaré, y tú me sacarás salyo.» Aquí tienes expuesto brevemente el alcance de (1 I Cor. x, 18. (2) Ecl.1, 12.
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