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1] de nuestro enemigo. Guardémonos mucho de esta maligna influencia del amor propio. No olvidemos nunca que el demonio es solamente uno de los tres enemigos que procuran nuestro mal; uno solo de los tres adversarios con quienes hemos de combatir; y á mi juicio, no es ni el más temible, ni el más poderoso, ni el que tenemos más cerca. Es, si se quiere, un rey que manda sus tropas á sitiar una fortaleza, quedán- dose él en la corte; un capitán que envía á sus sol- dados á tomar una plaza, pero él se queda en un alto, observando las operaciones y el éxito del asalto, sin arrimarse á ella, hasta que sus sitiadores la tie- nen rendida. Ese mundo y esa carne á quienes tú tan poco temes, son los soldados de Satanás, los si- tiadores de tu fortaleza, los que te han de combatir con denuedo y constancia. Si logras derrotarlos y vencerlos; si consigues sobre ellos un triunfo glorio- so, no temas al demonio, como no temerías á un rey destronado ó á un general sin tropas. Es verdad que él muchas veces se mete en fila con sus soldados; pero, aun en este caso, vencidos éstos, queda él tam- bién derrotado y puesto en fuga. No tengas, pues, tanto miedoal demonio y tan poco al mundo y á la carne, que cuando empiece la lucha, verás por ex- periencia que éstos te hacen más guerra y tecausan mayores males que aquél. El mundo es un enemigo tan poderoso como astu- to y tiene mucho poder sobre los que, como tú, viven en medio de él. Y ya sabes que por mundo no enten- demos aquí el globo que habitamos, sino el conjunto de causas que nos aparta de Dios y del camino de la virtud, encantando nuestras almas con tan mágico poder que nos hace olvidar nuestro glorioso destino y el fin para que fuimos colocados en esta tierra de lanto.. Ese cúmulo de malos ejemplos, que con pode- roso atractivo nos arrastran al mal; esa multitud de escándalos públicos y privados, que nos abren .los ojos para nuestra perdición; esas malas compañías
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