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26 perfección del eristiano. Ahora puedes comprender, apreciada Teófila, cuánta sabiduría encierra el pri- mer precepto de la ley divina, que dice: Amarás al Señor tu Dios de todo corazón; pues en el cumpli- miento de ese precepto está la suma de la perfección, Y no puede ser de otro modo; porque, como dice un filósofo(1), consideradas las potencias que tenemos para unirnos á Dios y gozar de El, vemos que es mucho más lo que podemos amar con la voluntad, que lo que podemos alcanzar con el entendimiento: porque cuando conocemos á Dios, no le conocemos como es en sí, sino según la medida de nuestra corta capacidad; y cuando le amamos, le amamos como es en sí y en cierto modo nos transformamos en él; por- que propio es del amor transformar al amante en la cosa amada. De manera, que en el primer caso, apo- camos y disminuimos la grandeza de Dios, proporcio- nándola con nuestro flaco entendimiento para que éste la pueda comprender; y en el segundo, engran- decemos y ensanchamos nuestro ser y nuestra volun- tad acomodándola á la grandeza de Dios, al cual nos unimos por medio del amor; de donde resulta queel engrandecimiento y la verdadera perfección del hom- bre consiste en la unión con Dios, mediante la total conformidad de la voluntad humana con la divina. A. medida que se analiza la cuestión, se va despejan- do el terreno, y vamos descubriendo la esencia de la perfección, la esencia de la santidad, que la perfec- ción, en el sentido que aquí la tomamos, es la santi- dad misma, y ésta, en buena filosofía, no es más que amor. Porque si todo lo contingente supone algo necesario; si todo ser relativo se funda en un ser ab- soluto, claro está que nuestra perfección, nuestra san- tidad, contingente, mudable y relativa en sí misma, ha de tener un fundamento necesario, inmutable y absoluto en la santidad infinita de Dios. Pero pre- (1) Card. Pico Mirandulano.
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