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o 038 a hi 346 llorosa te pida que no la dejes, y aunque tu padre se tienda en el umbral de la puerta para no dejarte salir, pisa sin miedo á tu padre ó salta por encima de él, y vente á la soledad, porque en este caso la ver. dadera piedad filial es ser cruel con ellos.» ¿Qué tal les parecerán estos pasajes á los que creían que yo me había olvidado del cuarto mandamiento? ¿Pues qué? San Jerónimo, Santo Tomás, el Crisóstomo y San Gregorio Magno no sabían que la ley de Dios manda honrar y obedecer á los padres? ¡Vaya si lo sabían! pero sabían también lo que otros muchos no quieren saber; aquellas formidables sentencias de Cristo, que dicen: «El que ama á su padre ó á su madre más que á Mí, no es digno de Mí. El que por mi amor no deja á su padre y á su madre, no puede ser mi discípulo. Todo el que por Mí abandone ásu padre, á su madre, á su casa y á sus bienes, recibirá el ciento por uno en esta vida, y después la gloria eterna.» (1) Y ahora... que me acusen de perturbar la paz doméstica con mis escritos: que en compañía de tan grandes Santos y del Santo de los Santos, tengo por honrosa la tal acusación, pues ella sólo prueba que soy fiel soldado de Jesucristo, que dijo: «No he venido á poner la paz, sino la guerra, pues he venido á separaral hijo de su padre y á la hija de su madre... porque los enemigos del hombre son sus domésticos (2).» Y si la doctrina de los santos y del Evangelio mis- mo no sastisface á los papás, veamos si los ejemplos de los Santos los acaban de convencer. San Pedro de Alcántara se huye de casa sin licencia desu madre, para hacerse religioso, y Dios aprueba su huida con un milagro; San Estanislao de Kostka se ya de casa contra la voluntad de su padre para entrar en reli- gión, y Dios obra con él otro prodigio; San Luis (1) Math. xr, xxxvir: 20, 29 y Luc. xv, 26. (2) Math. x1, 35.
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