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381 nas encenegadas en los vicios, para que se entienda que la vocación es un don suyo, y que lo reparte como mejor cuadra á sus designios soberanos. Á unos llama con suavidad, por medio de inspire aciones Úú lecturas piadosas: y á otros fuertemente, por medio de ace sidentes fortuitos que les llenan de terror. A nuestro P. San Francisco lo llamó con voces de mis- tica dulzura, y á San Ignacio de Loyola derribán- dolo herido en los muros de Pamplona. A la Madre Santa Clara la llamó mediante la predicación y con- sejos del seráfico Patriarca, y á su digna hija Santa Coleta la llamó á la reforma de la segunda regla seráfica, dej: índola ciega y muda hasta que se resol- vió á seguir su vocación poniendo por obra la yo- luntad divi NA. Pero ¿quién es capaz de contar los medios, á cual más admirables, de que Dios se vale para infundir al alma esa vocación eficaz? Estaba San Francisco de Borja pey satisfecho de ser uno delos primeros mag- nates de la corte española y marchaba hacia Gra- nada custo:di ando el féretro de la Emperatriz Isabel, contentísimo por haber merecido de Carlos V aque- lla señalada prueba de confianza. ¿Y quién pensaría que aquel era el me: lio de que Dios quería valerse para hacerlo re ligioso? Llega á Granada, y, al descu- brir el cadáver de la Reina para hacer entrega de él, viéndolo cual estaba, se sintió mudado interiormente, y exclamó: ne quiero servir más á Rey que se me pueda morir; Tí solo serviré, Rey del cielo.» Y cumplió su palébte, entrando en la Compañía de Jesús. Siendo joven, pasaba su vida el Beato Ber- nardo de Corleón, de taberna en taberna, entre pen- dencias y desafíos. Una vez deja tendido en el suelo á su rival, herido gravemente, y se acoge á una iglesia huyendo de la justicia; y «allí vino sobre él tal abundancia de gracias, que al poco tiempo ingresó en los Capuchinos, y fué tan santo como todos lo sa- hemos. e

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