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321 alteración ó malestar corporal que sin ser una enfer- medad verdadera, nos causa cierta debilidad de cabe za, pesadez de cuerpo 6 decaimiento de ánimo, que nos imposibilita para orar y resistir con brío las dis tracciones. En este caso no hay que hacer grandes esfuerzos para ahuyentarlas, ni turbarnos porque nos inquieten; basta que procuremos conservar tran- quilamente la presencia de Dios por medio de jacula- torias y actos de amor, sufriéndonos con humildad y paciencia á nosotros mismos, que así la oración será provechosa, por más desabridos que estemos en ella. Lo que más necésitamos entonces es la paz interior, sorque sin ella nos puede acontecer lo q ue refiere la fábula del calvo impaciente, que por echarse las mos- cas de encima se hirió la cabeza. Por último, las distracciones pueden ser también una prueba amorosa de Dios, como lo son el desam- paro y la sequedad espiritual. Difícil cosa es saber cuándo las distracciones son una prueba divina, y estoy por decir que ni siquiera le conviene al alma conocerlo, porque ese conocimiento le quitaría á la prueba su eficacia y su valor; pero sea de esto lo que fuere, es cosa cierta y probada que las distracciones tienen alguna vez una causa divina, lo cual es un consuelo para nosotros. Cuando Dios quiere causar alguna mudanza en un alma, ó elevarla á más alto grado de oración; si ella, porque no atiende ó no lo entiende, se opone al querer y llamamiento divino, entonces Dios le envía distracciones que le persigan y le hagan entender y obedecer lo que El manda; y si después de entendido no le obedece, entonces se hace el alma digna de castigo. Juntando ahora, mi buena Teófila, el fin con el principio de esta carta, te digo que si tus distrac- ciones provienen de estas causas no culpables, no tienes porque recibir pena ni perder la paz interior, pues ellas ningún mal te pueden hacer si tú no las quieres, y por eso no es preciso ni que te confieses de

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