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319 tracciones culpables, y estas son la inm rtificación de los sentidos y la vana curiosidad. Una persona inmortificada, que da rienda suelta á sus sentidos, es imposible que luego pueda entrar en recogimiento. Quien mira todo lo que se le antoja, y habla cuanto le da la gana, y oye todo lo que quiere y no se priva alounas veces de hablar, oir, ni ver, por contempla- tivo que sea, no es posible que luego pueda recoger- se á tener oración. Por su negligencia en mortificar- se, la oración se le hará pesada y fastidiosa; fastidia- do, adoptará en ella posturas tan cómodas como po co reverentes; y esa falta de reverencia hará que ven- gan sobre él las distraciones como las moscas sobre la miel. No quiso hacer ningún sacrificio durante el día, y ahora en la oración sufre las consecuencias de su inmortificación; sembró disipación y no puede re- coger más que distracciones. La otra causa de nuestras distracciones culpables es la vana curiosidad, la sed de noticias y la investi- cación de vidas ajenas. Este comunmente suele ser vicio de mujeres ociosas y de hombres holgazanes, los cuales, como no se ocupan en sus propios negocios y en arreglar su vida, se entret ienen en arreglar vi- das y negocios ajenos. Hay otro género de esa vana curiosidad, cuyo carácter es un deseo inmoderado de que las cosas de nuestro uso sean muy pulidas y primorosas, estén bien ordenadas y nos vengan muy cumplidas, lo cual no se puede alcanzar sin mucho cuidado y distraimiento del corazón, que necesaria mente inquietan al alma y le quitan el recogimiento de la devoción. Ten entendido, querida Teófila, que toda libertad que désá tus sentidos, toda sat isfacción que dés á tus curiosos deseos, y todo regalo que dés á tu cuerpo, lo has de pagar á costa de distracciones. Estas tienen además otras causas extrañas á nosotros ó independientes de nuestra voluntad, y por tanto no somos culpables de ellas. La primera es la acción del demonio. Cuando las

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