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311 es preciso más que citar cuatro hechos culminantes de la historia, y quedará afianzado y sostenido lo que la ignorancia creyó insostenible. Vamos á ello. Los Hechos de los Apóstoles nos hablan de un Feli- pe, compañero de San Esteban, que tenía cuatro hi- jas vírgenes consagradas al Señor; y la casa que ha- bitaron en Cesarea fué visitada algunos siglos des- púés por Santa Paula y su hija Eustoquia, virgen también, consagrada á Dios por San Jerónimo. La historia nos habla de Santa Petronila, virgen, discí- pula de San Pedro, la cual despreció las ofertas de un noble romano, y con aquel desprecio mereció conseguir, con la palma de la virginidad, la corona del martirio. La noble Maximila hizo voto de casti- dad bajo la dirección del apóstol San Andrés; la joven Efigenia, bajo la obediencia de San Mateo; y para abreviar, basta decir que apenas hubo discípulo de Cristo que no señalase su apostolado con la con- sagración de vírgenes al Cordero divino. La virgen Santa Tecla floreció también por entonces, bajo la di- rección de San Pablo: ¿y me querrán decir donde es- taban los conventos en aquel tiempo? San Clemente I Papa, discípulo y sucesor de los Apóstoles, halló tan poblada la Iglesia de vírgenes, cuando subió al Solio Pontificio, que dedicó á ellas sus dos preciosísimas cartas, tituladas Alas Virgenes. Y desde entonces bien se puede afirmar que no ha existido Padre 6 Doctor de la Iglesiaqueno haya de- dicado á las vírgenes, no digo ya epístolas, sino tra- tados y libros enteros. Registremos las obras de Tertuliano, de San Ambrosio, San Agustín, San Je- rónimo, San Efrén, San Basilio, San Cipriano, los Gregorios Nazianzeno y Nizeno, el Crisóstomo y otros mil, y en todas ellas se verán libros en elogio de la virginidad, llenos de consejos para las vírgenes. Y vuelvo á preguntar: ¿dónde estaban los conventos en aquel tiempo? Cuando San Juan Crisóstomo dice «que una virgen es un don de Dios, gloria y alegría
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