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305 del reino de los cielos: El que pueda entender que entienda.» De las cuales palabras se deduce clara- mente que Jesucristo, así como proclamó la indiso- lubilidad del matrimonio, así también proclamó el celibato y estado de virginidad; porque si hay algu- nos que se alejan del matrimonio por amor de la castidad; si hay algunos que comprenden la virtud misteriosa de la expresión, no conviene casarse; claro está que esos, aunque sean pocos, formarán estado aparte en la Iglesia de Dios. Luego ese estado existe. Y sigamos andando; San Pablo, que parece fué el apóstol destinado por Jesucristo para explicarnos la doctrina del matrimonio y de la virginidad, hizo resonar los elogios de esta virtud en medio de la co- rrompida sociedad romana, la cual se abrasaba en el fuego de la lujuria, como se abrasan las plantas de un monte volcánico, cuando corren por sus faldas to- rrentes de encendida lava; y dice que si habla así, es porque quiere ser fiel en su ministerio. ¿Y qué es lo que dice el Apóstol? «Yo quisiera, dice á los fieles de Cormto (1), yo quisiera que todos guardárais «castidad y fuérais célibes, como yo lo soy; más cada uno ha recibido del cielo su «propio dón, unos de guardar castidad y pureza, y otros de vivir santa- mente en el matrimonio, por eso digo á las personas solteras y viudas, que, si han recibido ese dón de Dios, permanezcan así, guardando continencia; pero si no lo han recibido, que se casen.» Estas palabras del Apóstol dejan ya fuera de toda duda la existen- cia y conveniencia del celibato cristiano, y afirma terminantemente un poco más adelante que el que se casa Obra bien, pero el que por amor de la casti- dad no se casa, obra mejor. Esta afirmación de San Pablo era más que suficiente para dirimir la cuestión que ventilamos; pero como el lascivo Lutero y sus carnales discípulos se levantaron en rebelión contra (1) L ad Cor. vir, 7.
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