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297 Lo segundo ha de ser mortificar los sentidos del cuerpo, Jas potencias del alma y las aficiones del co- razón. Muy aficionados y apegados á Jesucristo esta- ban los apóstoles, mientras El vivió en la tierra vida mortal; y á pesar de ser aquella una afición tan santa y un apego tan natural y justo, todavía enseñó el Salvador que era impedimento y obstáculo para reci- bir al Espiritu Santo, y por eso les dijo: cy convie- ne que yo me vaya, porque si no me voy, el Espíritu Paráclito no vendrá sobre vosotros (1).» Duel siuna afición que parecía tan natural y Es ordenada era impedimento para queel Espíritu Santo viniera sobre ellos, ¿que serán esas aficiones desordenadas que con frecuencia nos dominan? Si aquel amor sensible y aquel apego que los discípulos tenían á su divino Maestro, con ser tan santo, en su objeto, era un estor- bo para la venida del Espíritu Consolador, ¿qué será ese apego á las cosas del mundo y á los bienes terre- nos que tanto abunda hoy éntrelos cristianos? ¿Qué serán esas aficiones desordenadas, y ese amor sensible á los parientes, á los amigos, y á otras personas por buenas y santas que nos parezcan? Si una inmorti- ficación de los apóstoles, que ni inmortificación pa- recía, era obstáculo para recibir al Espíritu Santo, ¿qué serán nuestras verdaderas inmortificaciones, regalos y demasías? Bien dijo San Bernardo, que los consuelos del espíritu de Dios son muy delicados, y no se dan sino á los que desprecian las consolacio- nes del mundo y los regalos del cuerpo. Por eso en las Ordenes religiosas es costumbre ayunar los días que median entre la Ascencióf y Pentecostés, para unir la mortificación al retiro, y prepararse así con ayunos y oraciones á la recepción de tan divino huésped. Lo tercero que se ha de hacer es sentir altamente de ese divino Espíirita, y conocer la gran necesidad (1) Joan., xvI, 7
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