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289 que no, puesto que ahora te contentas con llevar una vida mediana. ¿Eres, por desgracia, de las almas co- bardes, que, vencidas en la lucha y prisioneras del enemigo, arrastran la cadena degradante del peca- do? ¡No, y mil veces no! porque me dices que pecadora no quiero ser: ¡Dios me libre! Resulta, pues, que, si no eres pecadora ni santa, buena ni mala, perteneces al número de las almas perezosas, tibias y negligentes, que se contentan con poco y no quieren aspirar á mayores cosas. ¿Y sabes tú, hija mía, lo que esto supone? ¿Sabes tú lo qu quiere decir: contentarse con poco y vivir con tibieza? ¿Sabes tú lo que Dios abo- rrece á un alma tibia, y el peligro de muerte eterna en que ésta se halla? Por si acaso lo ignoras, voy á decírtelo ahora, y te lo digo, porque me da compa- sión de verte tan enferma de espíritu. Entre todas las enfermedades que padecen las al- mas en el orden místico, la más triste, la más oculta y la que más estragos causa, es la que á tí te va en- trando ahora; es decir, la tibieza. Si entre las dolen- cias y males del cuerpo buscamos una que forme pa- ralelo con la tibieza del alma, quizás la encontremos en la tísis. Una persona tísica, por más remedios que tome difícilmente cura: bien puede alimentarse con frecuencia y exquisitamente, que el manjar no le da- rá más fuerzas que las necesarias para padecer, y este padecer la acercará á la tumba, sin dejarle hacer na- da de provecho en toda su vida, porque ni está del todo buena ni del todo imposibilitada; sino en un medio tan triste que para nada sirve. Pues del mismo modo el alma tibia no es ni pecadora ni santa; ni del todo buena ni del toda mala, sino que se encuentra en un estado tan deplorable, que para nada es buena en orden ásu propia santificación. Esta enfermedad del alma tiene sus síntomas para ser conocida,lo mis- mo que los males del cuerpo; y á fin de que te mires y conozcas el estado de tu alma, te apuntaré aqui al- gunos de los síntomas de esa perniciosa dolencia.

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