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mis pobres hermanos, á mí melo hicisteis (1). Tam- bién se oculta nuestro Señor algunas veces, por lo mucho que le agrada ver que un alma le busca, con lágrimas y gemidos: y aún poreso, dicen algunos santos que se ocultó á las miradas de su Madre sacra- tísima los tres días que estuvo perdido en el templo, lo cual es de mucho consuelo para las almas descon- soladas. Esto sabemos de cierto, que cuando Dios se retira de nosotros sin eulpa nuestra, nos aprovecha tanto su apartamiento como su presencia divina. Tanto aprovechaá las plantas la aparente proximi- dad del sol en verano, como su alejamiento en el in- vierno, y no menos lo uno que lo otro sirve para su crecimiento y estabilidad: porque con los fríos de Diciembre se arraigan en la tierra, y con los calores de Mayo se cubren de flores y de frutos: que, si todo fuera nieyes y fríos, las plantas no crecerían; y si todo fuera calor, crecerían sin arraigarse y vendrían á caer por tierra al más leve soplo del aquilón. Pues lo mismo le pasa á nuestras almas: necesitan los hie- los de la desolación para arraigarse en la humildad, y el calor de los divinos consuelos para crecer en amor y en perfección; y este es otro de los motivos que Dios tiene para retirar de nosotros sus inefa- bles dulzuras. La causa de negarnos Dios no pocas veces sus do- nes, es también el no saber nosotros apreciarlos en lo que valen ni estimarlos como se merecen; y en tal caso, el remedio para alcanzarlos de nuevo, es tener- los en mucho, pedirlos con humilde corazón, y espe- rarlos con rendimiento, aunque tarden en venlr; pues si tardan, es para que luego los tengamos en más, según cantó aquel sabio cuanto humilde fraile, honra y prez de las musas españolas, cuando dijo: La razón, Señor, te sobra, en dilatar dón tan santo, (1) Math. xxv, 40.

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