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pirituales: pues, si de estos no se usa con moderación y prudencia, pueden causar la ruina completa de la salud, inutilizándonos para toda la vida. Personas he conocido yo tan llenas de esos consuelos divinos que, por sentirse satisfechas y hartas en el alma, no se acordaban de acudir á socorrer el cuerpo con el alimento diario: y he visto también religiosos que, arrastrados por esas dulzuras interiores y por el de- seo de mortificación que traen consigo, perdieron el sueño, y las ganas de comer, viniendo así á enfer- mar y áno poder cumplir los deberes de su estado. Se asemejaron los pobrecillos á una máquina de tren que por el mucho fuego que le daban y por la exce- siva velocidad con que corría, vino á descarrilar don- de nadie lo pensaba, y quedó destrozada en mitad de su carrera, sin poder ya nunca más llegar al tér- mino de ella. Pues para que el alma no descarrile, ni se quede á medio camino inutilizada y sin poder lle- gar á-la cumbre de la perfección, para eso le quita Dios piadosamente sus consuelos. Y si llega una oca- sión en que nuestras fuerzas corporales se debilitan por esta causa, y Dios no retira sus favores, entonces, dice mi Seráfico Maestro, que debemos nosotros re- nunciarlos con humildad á imitación de la Esposa de los cantares, diciendo como ella: Apártate un po- co, Amado mio, y huye de míá la manera que corren los ciervos pequeñuelos por el monte de los aromas. Fuge, dilecte mi... (Cant. 8, 14). Otras veces retira Dios sus regalos, porque engolo- sinados con ellos, descuidamos las obras de la vida activa, haciéndolas de prisa y mal, para irnos á go- zar en el silencio la suavidad espiritual. En este caso tenemos repugnancia á ejercitarnos en las obras ex- ternas de piedad y en el servicio del prójimo; y como conviene que el alma se ejercite en todas las virtudes, Dios se ausenta de ella para que, no hallándolo en su interior, lo busque fuera, en el prójimo necesitado, puesto que El tiene dicho: Lo que hiciereis 4 uno de