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272 licás, como aconteció 4 Santa Catalina de Bolonia, y á otros santos. Además, ¿qué idea se ha formado de la bondad de Dios el que mira los consuelos y dulzuras espi- rituales, no como favores y regalos de ese Padre amorosísimo, sino como lazos para que se enreden sus hijos? Esa idea sí que es diabólica, eso sí que es engaño del demonio; y los que más 6 menos mitiga- da y atenuada, propagan semejante doctrina, hacen mayor mal á las almas que todas las ilusiones que ellas pudieran tener en su dulzuras interiores. Dios me libre de gente que tanto teme al diablo, pues yo, £ imitación de Santa Teresa, no entiendo esos temores delos que 4 cualquiera cosa dicen, ¡demonio! ¡demonio! cuando podemos decir; ¡Dios!, ¡Dios! y hacerlos tem= blar. «¿Qué es esto? —pregunta la sublime Doctora don mucha gracia; y responde:—«Es sin duda que »tengo más miedo á los que tan grande lo tienen al demonio, que á 6l mismo; porque él no me puede ha- »cer nada, y estotros (en especial si son confesores) »inquietan mucho y he pasado (por esto) algunos »años de tan gran trabajo que ahora me espanto có- »mo lo he podido sufrir. Bendito sea el Señor que »tan de veras me ha ayudado.» _Así termina ella el capítulo 25 desu Vida. lefutadas ya las objeciones que son el asunto de osta carta, voy á darle fin, dicióndote cómo te has de haber con las consolaciones espirituales. ¿Quieres tú, mi amada Teófila, aprovecharte bien de esos favores divinos? Pues considérate ante todo indigna de ellos, y después pídelos con humildad, deséalos sin inquie- tud, búscalos sin ansiedad, recíbelos con agradeci- miento, ocúltalos con cuidado, págalos con amor, euárdalos con gran secreto, y conviértelos en obras «le piedad, en sacrificios de mortificación y en actos de virtud, bien sea sirviendo á los pobres, bien tra- bajando en la salvación de las almas, bien compar- viendo con los prójimos los frutos de esos divinos fa-
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