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270 se verían condenadas por su propio fallo, si dieran importancia á los consuelos divinos, toman por me- dio para eludir la sentencia, el ridiculizar y despre- ciar esas consolaciones por no quedar interiormente confundidas y avergonzadas, viendo que ellas no sienten la suavidad y el purísimo deleite de esos regalos espirituales. Miserables de ellas, por no haber gustado esas dulzuras celestiales, y más mi- serables todavía por menospreciar y tener en poco los dones del A Itísimo! Dicen que esos consuelos son golosinas y chuche- rías de niños, con las cuales Dios atrae á sí las almas imperfectas que son como niños en la virtud; y yo digo que esto es falso, erróneo, irreverente y detes- table; falso en el concepto místico, erróneo en el dogmático, irreverente en el moral y detestable en el histórico; pues con la historia eclesiástica en la mano se puede demostrar palpablemente que todos los santos han tenido en abundancia esas mercedes y consolaciones divinas; y mientras más santos han sido, en más alto grado las han gozado. Y esos santos que brillan como lumbreras en el firmamento de la Iglesia, esos santos que aparecen como robustas y fuertes columnas en el templo de Dios, esos modelos de perfección y esos gigantes de santidad, ¿no son para esas almas más que niños en la virtud? Y sus consuelos nberiores ¿no son más que golosinas y chucherías? ¡Pobrecillas! ¡Dios les perdone la irre- yerencia! ¿Qué concepto se habrán formado esas almas de la infinita majestad de Dios? Pero sigamos adelante. Dicen que no consiste la perfección ni la santidad en esos gustos y dulzuras, sino en amar á Dios y practicar las virtudes; y así es en verdad. Pero eomo para practicar las virtudes y para amar á Dios nece- sitamos de algún modo los favores divinos, su argu- mento cae por tierra, su objeción huelga de todo punto, es inútil y está de más. Verdad es que no con-

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