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259 obras, á ver si nuestro Angel de guarda puede escri- birlas en el libro de la vida con letras de oro, ó con tinta, ó con agua' clara, que “sería lo mismo que si no las escribiera. Pues, para que no nos acontezca esto último, nues- tro primer cuidado al levantarnos por las mañanas sea ofrecer á Dios todas las obras, palabras y pen- samientos del día, con la recta intención de hacerlo todo por su honra y gloria; y después de esto, cada yez que comencemos una acción nueva durante el día hemos de ofrecerla á Dios actualmente, parándo- nos un poquito antes de empezarla, y diciendo como aquel padre del yermo: «Señor, por vuestro amor vo y á4 hacer esto, porque vos lo queréis, por daros gusto y nada más.» Haciéndolo así, fácilmente desterraremos de nuestro corazón el amor propio y ese espíritu hu- máno que envenena muestras buenas obras; nos acos- tumbraremos á no hacer obra ninguna que no vaya primero dirigida á la mayor gloria de Dios; y con esto sólo, sin hacer ninguna cosa ext raordinaria, nos veremos algún día llenos de méritos ante el acata- miento de Dios. Y aquí es de advertir, que buscar la gloria de Dios en todas las cosas, no es más que el primer grado de la pureza de intención; otros grados hay superiores á ese, y el más alto de todos es olvi- darse el alma de sí misma, procurando agradar y contentar á Dios, aunquesea con mengua y con detri- mento de sí propia. A este grado había llegado la inspirada doctora del Carmelo, cuando fuera de sí exclamaba; ! Dadme Calvario 6 Tabor, desierto ó tierra abundosa; sea yo Job en el dolor, ó Juan que al pecho reposa; sea yo viña fructuosa, ó estéril, si cumple así... Y en otro lugar, mi maestra y madre Santa Teresa CARTAS Á TRÓFILA 18

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