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ll y AN Ñ " Ñ | 258 de aquí ni por la gloria de allá; le sirvo por ser quien es, porque es mi Padre y tengo oblisación de servirle. Esta entendía bien la rectitud de intención con que hemos de hacer nuestras*obras. ¡Oh si la imitáramos nosotros! Cosa es, por cierto muy consoladora, el saber que nuestro aprov echamiento y per fección consisten simplemente en cumplir nuestros deberes bien cum- plidos, en hacer con intención pura y recta las obras ordinarias y cotidianas que forman el tejido de nues- tra vida. No está nuestra perfección y adelanto es- piritual en hacer cosas extraordinarias, ni en tener altos y honoríficos empleos, sino en hacer bien hecho y con afecto interior lo mismo que hacemos cada día. Y cuanto mayor sea ese afecto y más pura la intención, tanto mayor será el mérito adquirido y el adelanto hecho en las vías de la santidad. Asi se lo declaró nuestro Señor al melífino Doctor San Bernardo por medio de una visión maravillosa. Es- taba el Santo un día con sus monjes rezando los Maitines en el coro, cuando observó que los ángeles custodios estaban escribiendo en el libro de la vida lo que hacían allí los monjes, y el modo é intención con que lo hacían. Mira con atención, y ve que los ángeles escribían las obras de uno con letras de oro, las de otro con letras de plata, las a con tinta y las de otros con agua clara, de maner qua ni si- quiera señalaba al papel; y entonces conoció el santo Abad que aquello significaba la rectitud de inten- ción y el afecto interior con que cada monje hacía aquella obra de cantar el Oficio Divino. El que can- taba por lucir su voz, ó porel gusto que tenía en cantar, á éste le escribían su obra con agua, porque nada merecía; al que cantaba con la pura intención de alabar á Dios, se la escribían con letras de oro, y 4 los demás con tinta ó con letras de plata, segun el espíritu con que cada cual orabaó cantaba. Pues mi- remos, amada Teófila, cuál es la intención de nuestras

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