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mas que aborrecen el estudio ó el trabajo de su ministerio y viven ociosas con pretexto de conservar la salud, para más servir á Dios. Pero, Dios mío, ¿para qué quereis vos la salud y la vida que no se gasta en vuestro servicio? Para que sirve la vela que continuamente no arde y se consume delante de tu Tabernáculo? Y, ¡ay, cuántas velas apagadas veo cada día delante de tus altares! Son muchas las almas consagradas á Dios, que habiendo renunciado las delicias del mundo, los placeres de la carne, y las satisfacciones de la vida, arrastradas luego' por el espíritu humano, se van tras él, buscando sus gustos y conveniencias, y huyendo de la mortificación que suele traer consigo el cumplir extrictamente los deberes del propio estado. Para dar muerte á ese espíritu humano, es preciso aborrecer (en cuanto nos sea posible) las delicias y regalos corporales, privarnos con tesón de todo al- vio ó satisfacción inútil que la naturaleza nos pida, y concederle únicamente lo necesario para poder pasar como conviene á un díscipulo de Cristo. Este es el primer medio para desarraigarlo de nosotros. El se- gundo es el espíritu de sumisión y obediencia, suje- tándonos con docilidad á lo que nos prescriben los superiores 6 directores en orden á nuestro modo de obrar, tanto interiorcomo exteriormente. Esta sumi- sión y observancia á la regla profesada, ó á un mé- todo de vida adoptado con la aprobación competente es muy eficaz para destruir el amor propio: pero no debemos apegarnos á él obstinadamente, sino mante- nernos indiferentes y dóciles para variarlo ó despo- jarnos de él, cuando la obediencia lo disponga. El tercer medio es hacer con perfección las obras, ende- rezándolas todas á la mayor gloria de Dios; y sobre esta materia pienso hablarte detenidamente otro día. Del primer medio te dije cuanto decirse puede en las cartas que tratan de la mortificación; del segundo te hablé largamente en la última que te escribí sobre la

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