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251 falta, acuérdate de los mil y mil pecados á cual más horrible que podías cometer, si Dios te dejara de su mano; para que este recuerdo te haga humilde y agradecida. ¿Quién sino Dios es el qua impide que se convierta en realidad la inmensa posibilidad que tenemos para ser malos? Pues agradezcámosle este beneficio y sirvámonos de él para ahuyentar de nos- otros el espíritu humano. Otro de los caracteres de ese mal espíritu es hacer- nos precipitados en nuestro modo de obrar. La prisa, ligereza y ansiedad por poner muchas cosas en orden £ un mismo tiempo, no procede del espíritu de Dios: el distintivo de la acción divina es hacer una cosa sola, para hacer muchas sucesivamente; pero abarcar mu- chas cosas de una vez ó fluctuar entre ellas, es una cosa humana, que nunca debemos confundir con las divinas. El vano prurito de hablar sin ton ni són de nos- otros mismos, dando noticias de lo que pasa en nues- tro interiorá quien no tiene la comisión de gobernar nuestra alma; el adoptar devociones poco comunes, haciendo alarde de ellas; el celo mezclado de amargura que á cada momento amenaza con el juicio de Dios; un poco de envidia á las personas más adelantadas, ó un poco de desprecio á los que nos parece que se quedan atrás; cierta complacencia que raya en jactan- cia 6 en vanagloria, cuando las cosas nos salen á nuestro gusto; todo esto es indicio de que el espíritu humano se halla entronizado en el alma. La última señal que voy á darte, para conocer á ese mal espíritu, es inequívoca, y consiste en andar uno buscando siempre su propia satisfacción y su propia comodidad. Lástima grande me causa ver en los claustros almas á quienes el espíritu de Dios dió fuerza para vencer al mundo, que abandonaron con todas sus comodidades y regalos; y luego se hacen esclavas del espíritu humano, buscando lo más selec- to en la habitación, en la comida ó en el vestido; al-

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