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coger con unas tenacitas esa falta cometida, y arro- jarla á la hoguera que arde en el corazón divino de Jesús para que fuera reducida á pavesa entre aque- llas amorosas llamas! ¿Cuánto mejor sería que, en vez de impacientarnos por nuestras caídas, aplicáramos á las Angse que nos causan el bálsamo salutífero que mana de las llagas de Cristo crucificado? Hazlo asi, Teófila mía; aprende á mirar tus faltas con humildad y paciencia, que el mirarlas de otro modo no procede de espíritu recto. Hay además en esto otra cosa que no quiero de- jarme en el tintero. En ciertas ocasiones permite Dios que le vengan al alma justa tentaciones que despiertan en ella alguna pasión dormida; una ráfaga de luz cruza entonces por su interior, descubriendo en él cavidades subterráneas llenas de elementos pe- caminosos y de maldades en potencia; por una com- binación química, que parece diabólica sin serlo, siente el alma que se ponen en ebullición aquellos elementos de maldad, juntos con las asquerosas heces de nuestra naturaleza; y en el ardor y efervescencia de la tentación, ve en sí misma una capacidad tan grande y tan horrible para el mal, que la infeliz se juzga como perdida, y se cree á sí propia peor que una bestia, peor que un condenado, más mala que un demonio, pues al mismísimo Satanás parece que no pueden ocurrirle las cosas que á ella le ocurren. Cuando esto acontece á un alma, le parece á la po- brecita que está ella manchada con todos los peca- dos que ha visto su loca imaginación; y si bien es verdad que los ha visto como en sueño, todavía le causa aquella visión una impresión horrible, como si una fiera ó un mónstruo del infierno le hincara sus agudos dientes. Si alguna vez sientes estas cosas, no por eso te desalientes ni desmayes, sino acógete bajo el manto protector de Dios, y escóndete entre sus benditos pliegues. Y cuando 'el espíritu humano te quiera inquietar ó turbar por haber caído en alguna

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